utrilla-lozano
Sor Consuelo Utrilla Lozano
Daimiel (Ciudad Real).
1925 -
Daimiel (Ciudad Real).
1956.
Religiosa.

Una mañana a deshoras, en la iglesia del convento de las monjas mínimas, sentado en un banco observando la entrada y salida de creyentes de su única capilla, percibí un sentimiento embriagador de religiosidad en estado puro. Me acerqué con disimulo y entré yo también en la morada donde descansan los restos de sor Consuelo Utrilla Lozano, la primera mujer elevada a los altares en la diócesis de Ciudad Real.

Nacida el 6 de septiembre de 1925, era la primogénita del matrimonio de Nemesio Utrilla Fernández-Bermejo y de Sofía Lozano Sevillano. Fue bautizada en la parroquia de San Pedro Apóstol de Daimiel (Ciudad Real), con el nombre de María del Consuelo Guadalupe. Cuando apenas contaba con dos años de edad, durante el alumbramiento de su hermana Sofía, se produjo el fallecimiento de su madre al no superar las complicaciones del parto. Las dos niñas, prácticamente bebés, quedaron a cargo de Nemesio, militar del cuerpo de Ingenieros, quién malamente compaginaba vida laboral y familiar quedando obligado a entregar sus vástagos al cuidado de los abuelos. La muerte de Sofía sumió en la desgracia también a los abuelos quienes lejos de interiorizar sus sentimientos, culparon a la nieta recién nacida de la pérdida de su hija, de modo que únicamente acogieron a Consuelo dejando a Sofía a cargo de los parientes paternos.

La infancia de Consuelo transcurrió en la casa de la calle Arenas, mientras que en el domicilio de la calle José Antonio (actual Estación), Sofía tomaba el pecho de María García Madrid convertida en su madre de adopción, hasta compartir sepultura en el campo santo daimieleño.

Nemesio nunca aceptó la imposición e insistía a María para que, a diario, acercase a Consuelo para jugar con su hermana pequeña pretendiendo que ambas se criasen unidas a falta de una madre biológica y de un padre con el alma dividida y a punto de morir arrastrado por el curso de los acontecimientos. A Nemesio el comienzo de la guerra civil le sorprendió en el cuartel de la Montaña en Madrid, sufriendo el resto de la contienda en presidio amenazado y torturado ante la inminencia de una muerte segura el día menos esperado. Tres interminables años de angustia sin contacto con sus hijas hicieron mella en su carácter y en su salud. En 1943 pasaba a la situación de reserva con el empleo de teniente coronel; tiempo de regalo que trató de aprovechar compartiendo juego con unas niñas ya adolescentes que apuraban las jornadas con los amigos: salían a bailar, paseaban con los chicos, correteaban por las calles…, sin olvidar los estudios, aunque Consuelo suspendió los exámenes de ingreso al instituto de bachillerato de Ciudad Real después de prepararse a conciencia en la academia de José Barrios debido, sin duda, a una mala jugada de la fortuna pues su formación y nivel intelectual superaban el nivel académico exigido.

En el entorno nada hacía pensar que entre la alegría y jovialidad de Consuelo brotase una vocación religiosa pese a que se distinguía por su abnegación y generosidad; y por un punto de timidez que la acercaba al recogimiento interior. Durante la adolescencia se suele establecer la llamada de Dios; no obstante, según declaraciones de la maestra Felicidad Baeza, desde que recibió la primera comunión destacó entre sus compañeros por su interés hacia el mundo religioso. Más tarde, en el colegio de la Divina Pastora, continuaron los interrogantes y devaneos sobre el cristianismo optando los docentes por asignarle un guía espiritual en la persona del monje pasionista Marcial García Martínez.

El padre Marcial supo dirigir a esta joven de 14 años a través de los misterios del cristianismo, subrayando el trato sencillo y sincero que en encontró en su práctica de la virtud y en “el amor generoso y profundo a Jesús y a María”. Conoció a una jovencita que rebosaba humildad, generosidad y curiosidad, con quién mantuvo el contacto aún después de haber sido enviado a Venezuela; de hecho, las cartas entre ambos constituyen una partida documental de gran valor para conocer el alcance de la espiritualidad de sor Consuelo.

El ambiente del monasterio de la Victoria −sede de las monjas mínimas de san Francisco de Paula, y ubicado a escasos metros de su casa− influyó en el crecimiento de una vocación religiosa que, desde el principio, contó con la frontal oposición de su progenitor. Mientras Consuelito se dedicaba a los estudios, y al cuidado de su padre cada vez más enfermo y al de sus abuelos maternos cada vez más ancianos reafirmando su plena independencia y autoafirmación. Es posible que el vacío latente e inconsciente de una madre a la que abrazar e imitar, la inclinase por la búsqueda del refugio interior en el mensaje evangélico de oración y penitencia llevado a la práctica por la vecina comunidad de religiosas.

La muerte de Nemesio despejó todas las reticencias domésticas. Para Sofía quedó expedito el camino para contraer matrimonio con Gustavo Lozano, mientras que la temperamental Consuelo se desprendió de todos sus bienes ingresando en el convento de las mínimas de Daimiel el 8 de diciembre de 1947. Seis meses más tarde inició el noviciado bautizándose como Consuelo del Inmaculado Corazón de María; en 1949 profesionará el voto temporal que en 1952 se convertirá en permanente.

Según reseñan las hagiografías, descubrimos una vida en clausura que, por ejemplo, sorprendía por el desprendimiento conque valoraba las notables posesiones materiales acordes con su distinguida posición social, para situarse en un plano de igualdad e incluso de inferioridad respecto a sus hermanas ganándose la admiración y el respeto dentro y fuera de los muros del monasterio donde se averiguaba el camino espiritual seguido y elevado a modelo de santidad, en especial, para el mundo juvenil.

Transcurridos dos años de testimonios de honestidad y vehemencia, en octubre de 1954 se le detectó un linfosarcoma maligno en la clavícula derecha que motivó el traslado a un hospital madrileño para recibir tratamiento de cobaltoterapia. Pasados unos meses se confirmó el avance definitivo del tumor regresando al convento durante el verano. La madrugada del 9 de septiembre de 1956, después de rezar el santo rosario, expiró recién cumplidos los 31 años de edad. Su cuerpo fue velado por las monjas, pero gracias a la intervención de Gustavo Lozano se permitió la presencia de los familiares directos en el interior de la clausura.

Su fama atravesó fronteras y, desde Italia, a comienzos de los años setenta, y a instancia de los superiores de la orden Mínima, se inició una campaña de recopilación documental y testimonial para verificar sus virtudes a pesar de contar solo con nueve años de estancia monástica. Consuelo se había propuesto “ser santa y santa joven”, siguiendo “la santísima y amable Voluntad de Dios, como y de la manera que a Él le plazca” y llevar una vida para “gastarse por Cristo”; sin embargo tales convicciones y virtudes morales que fue desarrollando y perfeccionando según su vocación, serían insuficientes para alcanzar la santidad; por el contrario la mortificación, dolor y cristiana resignación durante los dos años y medio de lucha contra la enfermedad constituirían “el culmen de las pruebas y virtudes eximias, plenamente sujeta a la suprema prueba espiritual y moral, e incluso física, de la purificación místico-pasiva del cuerpo y espíritu hasta que Dios la llamó al cielo hallándola digna de sí”, según se describe en el Decreto sobre las Virtudes Heroicas resultado del proceso iniciado en 1975 ante la Congregación para las Causas de los Santos y reconocido en 1994 por Juan Pablo II.

Durante el proceso de canonización la Iglesia Católica y tras la postulación, el candidato puede ser declarado: “siervo de Dios”, “venerable”, “beato” (con un milagro probado) o “santo” (con al menos dos milagros). Aunque la monja daimieleña fue declarada “venerable”, se incorporaron algunos testimonios a la causa que podemos titular de milagrosos posibilitando que se elevase su dignidad. Uno de ellos relata cómo un niño de unos 3 tres años de edad fue rescatado de una piscina y a pesar de los intentos por reanimarlo no fue posible su vuelta a la vida hasta que le fue pasada por todo el cuerpo una estampa de sor Consuelo Utrilla, recuperando rápidamente la respiración sin dejar ninguna lesión a pesar de haber estado varios minutos sin oxígeno. Este joven pasea a diario por las calles de Daimiel pero por discreción prefiere permanecer en el anonimato; como tantos otros creyentes y lectores que a diario visitan a esta santa agradeciéndole sus favores o con la esperanza hacer realidad sus más íntimos deseos.

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