Martín Martín Martín-Tereso, sacerdote operario diocesano, nació en el toledano pueblo de Sonseca el 11 de noviembre de 1923, en el seno de una familia numerosa en la que surgieron diferentes vocaciones religiosas, como la de su hermano Víctor, quien durante muchos años sería párroco en el monteño pueblo de Ventas con Peña Aguilera. Se le impuso el nombre de Martín, a pesar de la coincidencia con los apellidos, debido a que su nacimiento tuvo lugar el día de san Martín de Tours. Bautizado el 19 de noviembre por el coadjutor Tomás Rodríguez, tras una niñez enfermiza, ya adolescente ingresó en el seminario menor de Toledo en plena Segunda República, el año 1934.
Interrumpidos los estudios por el estallido de la guerra civil, pudo reintegrarse al seminario toledano una vez finalizada esta. En aquellos años de avalancha de vocaciones, Martín, a la par que maduraba su vocación sacerdotal y avanzaba en sus estudios, pasando al seminario mayor de San Ildefonso, empezó a colaborar en las tareas formativas de los seminaristas que le encomendaron los sacerdotes operarios diocesanos que, desde tiempos del cardenal Sancha, dirigían el seminario toledano.
Estas tareas le condujeron a conocer el peculiar carisma de los operarios, que, desde su fundación en 1883 por Manuel Domingo y Sol, “Mosén Sol” habían contribuido a la renovación y mejora de la formación del clero español. De este modo, casi finalizando su formación, se incorporó a la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, finalizando la Teología en Salamanca durante el curso 1948-1949. El 11 de junio de este último año fue ordenado sacerdote, incardinándose en la diócesis de Toledo, en la capilla del seminario menor por el obispo auxiliar del cardenal Pla y Deniel, don Eduardo Martínez González.
Su primer destino, tras celebrar su primera misa en Sonseca el 13 de junio, sería el seminario menor de Sanlúcar de Barrameda, en aquel tiempo perteneciente a la archidiócesis de Sevilla. Allí estaría un curso, pasando el siguiente al seminario de Segovia, donde desarrollaría su labor durante tres años. Tras concluir el curso 1952-1953, el director general de la Hermandad lo eligió para trabajar en América. Así, a punto de cumplir treinta años marchó rumbo a Argentina, donde los operarios llevaban desde 1932, al encargarse del seminario de Tucumán. Más tarde asumirían otras casas de formación sacerdotal en Uruguay, Chile y Brasil.
Martín fue destinado al seminario de Florida, en Uruguay, donde recibió la tarea de ejercer de director espiritual, a la vez que impartía clases. A lo largo de estos años fue creciendo en él un deseo de mayor intensidad de vida espiritual. En 1958 fue enviado a Argentina, al seminario de Tucumán, comenzando la relación con esta ciudad, donde se le conocerá como “el padre Martín”. Tucumán, fundada por el toledano Diego de Villarroel, era una histórica ciudad donde se había proclamado la independencia de Argentina. Martín trabajó durante varios años en el seminario diocesano, a la vez que colaboraba con diferentes instituciones. Mantuvo una buena relación con el arzobispo, Juan Carlos Aramburu, debido a que Martín, nombrado administrador del seminario, debía despachar frecuentemente con él; esto hizo que cuando ambos coincidieron años más tarde en Buenos Aires, con Aramburu como cardenal primado de Argentina, este quisiera nombrarle administrador de la curia, a lo que Martín se negó, aduciendo que prefería estar lejos del dinero “porque es más difícil entrar en el Reino de Dios”.
En 1966 se produjo un nuevo cambio de destino, al ser enviado a Brasil, al seminario de Petrópolis. Fue una etapa dura para Martín, tanto por la dificultad en aprender portugués como por los problemas con el obispo Manoel Pedro da Cunha. En 1968, de común acuerdo entre el prelado y los operarios, estos se retiraron del seminario. Martín volvió a Argentina, de nuevo a Tucumán, donde recibió los cargos de vicerrector y profesor. Esta segunda etapa se extendió hasta 1975, cuando fue destinado a la residencia de la Hermandad en Buenos Aires; en la capital argentina colaboró en las parroquias de Nuestra Señora de Lourdes y Nuestra Señora de la Paz, así como en la pastoral de diferentes colegios, la Acción Católica, el Movimiento Familiar Cristiano y los Cursillos de Cristiandad. Martín se esforzó en echar una mano a los sacerdotes de la archidiócesis, ofreciéndose para celebrar misa en las parroquias a las que le llamasen. También trabajó con las hermanas de los Desamparados.
Los últimos años de su vida los pasaría, por tercera y definitiva vez, en Tucumán. Es el momento en el que, entre la población, fue creciendo el cariño, el reconocimiento y, poco a poco, la fama de santidad de Martín. Regresó en 1983, primero al seminario y, más tarde, al dejar los operarios su dirección, desarrollaría su labor sacerdotal en la parroquia de Nuestra Señora de Montserrat. Aquí, como vicario parroquial a partir de 1992, trabajaría incansable, fiel a su lema de que “trabajar para Dios no tiene horario”, en multitud de tareas, destacando su servicio a los más necesitados y menesterosos, tanto material como espiritualmente. La parroquia se asentaba en uno de los barrios marginales del norte de la ciudad y Martín atendió, en su estancia en ella, desde el Servicio Sacerdotal de Urgencia hasta la capellanía del Instituto de Orientación Juvenil, pasando por el trabajo con Cursillos de Cristiandad, Acción Católica, Cursillos de novios, las hermanas carmelitas, la cárcel de mujeres, el Movimiento Familiar Cristiano y otras realidades eclesiales.
Martín volvía en ocasiones a España en vacaciones, colaborando en su parroquia natal de Sonseca. En ella, en 1999, en la ermita del Cristo, dado que la iglesia parroquial estaba en restauración, celebró sus bodas de oro sacerdotales. Los siguientes años serían de trabajo y también de agradecimiento social. En 2006 el gobierno municipal de Tucumán le nombró “mayor notable” en reconocimiento a sus servicios a la sociedad tucumana, por “su permanente actitud solidaria con los enfermos… modelo de vida para cientos y miles de tucumanos a los que educó como profesor y maestro”. No solo entre las autoridades se conocía y valoraba al padre Martín; era un personaje popular, el “padre de la bicicleta”, porque siempre se desplazaba en una; más tarde el apelativo sería “el santo de la bicicleta”. A cualquier hora estaba dispuesto a visitar a los enfermos graves que se lo pedían, uno de los servicios que más le agradecieron creyentes y no creyentes.
Martín falleció la tarde del 25 de junio de 2011, a las 18:00, en el Sanatorio Galeno de Tucumán, donde había ingresado pocas horas antes, a causa de un infarto. Era la víspera del domingo del Corpus. La noticia de su fallecimiento se esparció con rapidez y la gente acudió en masa a su capilla ardiente y sus funerales. La fama de santidad de Martín era ya algo general en la ciudad y el propio arzobispo, Luis Héctor Villalba, más tarde nombrado cardenal por el papa Francisco, no dudó en afirmarlo públicamente. Desde ese mismo momento se comenzaron a recopilar datos sobre su vida, y en los años posteriores su fama siguió creciendo entre la población, con reportajes en la prensa y con la dedicación de una plazoleta y la erección de una estatua en su memoria. Con motivo de su centenario, en 2023, tanto en Tucumán como en Sonseca se celebraron diferentes actos en su recuerdo.
El 5 de octubre de 2022 se abrió en Tucumán su proceso de beatificación y canonización, respondiendo a un clamor popular entre toda la población tucumana. El 12 de enero de 2023 comenzó en Toledo la fase diocesana de dicho proceso. El 25 de enero de 2024 el Ayuntamiento de Sonseca acordó dedicarle una plaza y erigir un busto en su recuerdo.
Bibliografía:
- Miguel Ángel Dionisio Vivas: “De los Montes a los Andes: Martín Martín Martín, un sonsecano en Tucumán”, en Revista de Estudios Monteños 183, Toledo, Asociación Cultural Montes de Toledo, 2023.
- Miguel Ángel Dionisio Vivas: El santo de la bicicleta. Vida del siervo de Dios Martín Martín Martín-Tereso, Salamanca, Ed. Sígueme, 2024.