En 1922, el periódico albaceteño La voz del Pueblo publicaba un artículo titulado “Esencia y accidente”. En él, un joven recién licenciado en Derecho reflexionaba sobre las principales cuestiones de la acción política. Tras subrayar su significación reformista y lo accidental de las formas de Gobierno, declaraba su predilección marcadísima por la forma de gobierno republicana como la más democrática y digna de gobernarse los pueblos. Y subrayaba: pero ni libertades ni democracia le sirven al pobre para nada, el problema es no solo de orden político, lo es también social, pues Es preciso que el pueblo sea consciente de su soberanía
El joven Maximiliano Martínez Moreno (MMM) recién licenciado, que ya se consideraba un “hombre de Derecho”, había nacido en Albacete en enero de 1899, el primogénito de una familia numerosa de clase media. Su padre, secretario de Sala de la Audiencia Territorial de Albacete, y su abuelo, don Ulpiano Martínez García, sastre, eran hombres de la vieja tradición liberal y republicana, gente ilustrada que dio a sus hijos una educación en la que se compaginaba el amor a las bellas artes y a la Naturaleza con un humanismo generoso y progresista.
Tras una infancia y una juventud plácidas en medio de la vida provinciana, en las que se despertaron en él el gusto por la música y la lectura, se trasladó a Murcia para estudiar Derecho en la recién nacida Universidad. En esa misma ciudad hizo el servicio militar y allí supo, como toda España, conmocionado, del desastre de Annual en la Guerra de Marruecos, en 1921, en el que perdieron la vida veinte mil jóvenes españoles. Sin duda no fue el único español que sintió la sensación amarga de que aquella tragedia hundía sus raíces en la injusticia social y en la corrupción moral de la clase política de la época.
Pronto, a esa firme vocación por la práctica de la abogacía y la defensa de la ley se unió la vocación política, entendida como la defensa de la justicia, una justicia de marcado carácter social. Sentimiento solidario que en MMM encontró su cauce definitivo en el republicanismo, que es, más que una idea, un sentimiento generoso que repudia los privilegios y las injusticias; que conceptúa iguales a todos los hombres. Ejerció la abogacía, en efecto, a partir del mismo 1920, cuando abrió su despacho profesional, hasta 1938, cuando la guerra y el exilio cortaron lo que fue sin duda la gran ilusión profesional de su vida.
Hombre meticuloso, Maximiliano fue anotando a lo largo de esos 18 años los pleitos en los que intervino ante los Tribunales, casi setecientas anotaciones manuscritas que, en su brevedad, nos ofrecen un panorama de la vida, no solo judicial sino también social, cotidiana, de una ciudad de provincias de aquella España. Un verdadero retrato tan sobrio y telegráfico como fascinante.
Políticamente, su primer impulso natural fue acercarse al reformismo del ya entonces anciano pero rejuvenecido en sus ilusiones políticas don Melquiades Alvarez, de cuyo partido formó parte un tiempo y con el que participó animosamente en las elecciones municipales de 1931. Pronto conoció a Don Félix Gordón Ordás al que siempre consideró su mentor político. Radical socialista, luego fundador de Unión Republicana y, en el exilio, de ARDE, con él, y con Diego Martínez Barrios trabajó Maximiliano Martínez toda su vida política intensamente, en España y luego en el exilio.
Hombre de sólida formación intelectual, desde joven Maximiliano Martínez Moreno participó en la vida cultural de su ciudad, como conferenciante, colaborador en la prensa local y participante en eventos artísticos – musicales, literarios, teatrales o de otro carácter. Ateneísta por vocación y por “herencia” familiar (su padre había sido durante largo tiempo presidente de la institución), fue miembro activo y presidente, también, el último hasta su desaparición con la guerra y luego, llegada la democracia, A su regreso, fue nombrado presidente honorario. Su carácter discreto y enemigo de todo exhibicionismo hizo que sus colaboraciones escritas, sus tímidos “pinitos”, como él mismo los llamaba, de aquella época de juventud y primera madurez, no hayan llegado a nosotros. Sólo en su vejez, en el retiro apacible de Albacete, escribió un librito, Vivencias, una serie recuerdos, escenas sentidas, pulcras y modestas de su vida.
Electo diputado a Cortes en febrero de 1936 en la candidatura del Frente Popular, a partir de entonces dedicó sus energías a la labor política (sin dejar del todo la abogacía). Cabe recordar, por iluminadora de la trágica situación de aquellos días, su intervención como abogado defensor en Albacete, ante el Tribunal Popular, de alguno de los condenados a muerte por rebelión en septiembre de 1936. Un año más tarde publicaba un artículo en Defensor de Albacete, “Los abogados y la justicia popular”, una defensa conmovida de la ley y de quienes dedican su vida ella.
Nombrado consejero de Estado por el presidente Azaña, siguió al gobierno de la República, primero en Madrid, actividad que compartía con su frecuente presencia en Albacete, con una actuación en la provincia que le valdría más tarde acusaciones tan feroces como falsas del régimen franquista en el Proceso sumarísimo que se le siguió en 1941. Luego fueron Valencia y al fin Barcelona. Allí estuvo a las órdenes del Gobierno, y con él en Figueras, en la última reunión de las Cortes. Cruzó a pie la frontera por los mismos días y por alguno de los mismos pasos montañosos por los que salían de España miles de españoles, entre ellos don Manuel Azaña, Diego Martínez Barrios, Lluis Companys o Antonio Machado.
Entre 1939 y 1942 se instaló en el sur Francia. Allí tuvo la ocasión de visitar en Montauban al presidente Azaña, ya viejo y enfermo, con el compartió largos ratos.
En 1942 fue acogido como asilado político por México, donde permaneció hasta 1946. Como diputado y miembro de la Diputación Permanente de las Cortes y como el fervoroso defensor de parlamentarismo como legítimo representante de la soberanía popular que era, asistió a la sesión solemne de las Cortes Generales en el exilio en medio de un ambiente optimista y esperanzador en la capital mexicana.
En 1946 volvió a Europa, a París, siguiendo a don Diego Martínez Barrio, a la sazón presidente de la República En la capital francesa se estableció el Gobierno de la República en el exilio y a su servicio entró a trabajar Maximiliano Martínez durante los siguientes 25 años en la sede de la Avenida Foch. A partir de los años cincuenta simultaneó su trabajo en el Gobierno con el de Profesor de Lengua y Civilización Españolas en el Centre de Téle-Enseignement de la Facultad de Letras de la Universidad Paris-Nanterre, actividad en la que una vez más demostró su rigor y su dedicación. Subrayemos, en fin, que durante sus largo años parisinos, la función de Maximiliano Martínez Moreno no se limitó al aspecto estrictamente burocrático, antes bien, participó activa y calladamente, eso sí, en la política diaria el Gobierno, al que representó en no pocas ocasiones (en Munich, en los días del famoso “contubernio” por ejemplo).
Y, además de todo, Maximiliano fue un testigo singularísimo de la vida de la España de su tiempo. Durante más de cincuenta años, él estuvo allí. En el Parlamento, en sus despachos, pasillos y reuniones. En sus calles. En Albacete, en Valencia, en Barcelona, en París. Sólo su proverbial discreción -o timidez- hizo que no escribiera lo que habría sido un testimonio interesantísimo de la historia española del siglo XX.
Especial recuerdo merece su correspondencia. También hombre cuidadoso y ordenado, conservó buena parte de las cartas que recibió a lo largo de los años. Las recibía familiares, como abogado y como político, varios centenares, muchas de las cuales con innegable interés, por la personalidad de los corresponsales (Melquíades Álvarez, Martínez Barrio, Gordón Ordás, Claudio Sánchez Albornoz, Josep Tarradellas, Josep Pla, Fernando Valera…) como por los temas (la vida cotidiana, la guerra, la familia, la amistad, las cartas cruzadas con algunos de sus clientes en los difíciles días de la guerra…). Buena parte de ellas están depositadas en la Biblioteca del Instituto de Estudios albacetenses (IEA).
En 1972 inició un paulatino regreso en busca de una apacible ancianidad a su Albacete, la ciudad que años más tarde lo nombró Hijo Predilecto.
Desde una discreta segunda fila, Maximiliano Martínez Moreno colaboró activamente en la política de los gobiernos de la República en el exilio, en mantener en pie el cada vez más frágil edificio de la República con lealtad y coherencia. Y con los mismos principios que había mostrado con 22 años en aquel artículo en el que con toda sencillez y claridad proclamaba lo esencial de lo accidental.
Bibliografía
- MARTÍNEZ MORENO, Maximiliano.- Vivencias. Edición del autor. Albacete, 1982.
- SERRA MARTÍNEZ, Elías.- El contable de la República. Maximiliano Martínez Moreno, la discreta lealtad. Instituto de Estudios Albacetenses (IEA). Albacete, 2023