Nació en Logroño el 9 de octubre de 1894, hijo de Simón Nalda Rojas y de Catalina Domínguez Simón. Obtuvo en junio de 1915 la reválida de licenciatura en Filosofía y Letras, sección de Letras, en la Universidad Central de Madrid, y consiguió en septiembre de ese mismo año el Premio Extraordinario, además del premio especial Pi y Margall, curso 1915-1916, Doctorado en Letras, con matrícula de honor en todas las asignaturas, así como en la sección de licenciatura. Durante el curso 1916-1917, estuvo como alumno becario en la sección de árabe (con los profesores Ribera y Asín) y en la de Filología (con los profesores Menéndez Pidal y Castro), del Centro de Estudios Históricos.
En el curso 1917-1918 ejerció la docencia en el Colegio “Cervantes” de Villarrobledo, incorporado al Instituto de Albacete. Por R. O de 12 de agosto de 1918 fue pensionado por la JAE en Marruecos durante cuatro meses, para perfeccionarse en el “conocimiento del árabe vulgar e investigación de la persistencia de creencias y prácticas de los moriscos españoles reveladas por los manuscritos de la Junta”. En su correspondencia con la JAE señalaba las dificultades de realizar su trabajo, “por el carácter religioso y secreto con que mantienen estas creencias los moros”. Durante su permanencia en Tetuán entró en contacto con ancianas “hebreas” que “viven aún páginas de nuestro romancero. Su trabajo se centraba en recoger “aspectos íntimos de la vida más que de los árabes, de los mudéjares y moriscos entre los españoles largos siglos. Supersticiones atendiendo más a sus caracteres étnicos y morales que a sus convicciones con las confesiones religiosas”. Ángel González Palencia en carta de 16 de noviembre de 1919 al informar favorablemente la solicitud de prórroga por seis meses (que no llegó a formalizarse por concurrir a oposiciones), destacaba el interés del trabajo realizado. En otro escrito Nalda señalaba que la “cuestión supersticiosa está íntimamente relacionada con la religiosa y de la cual dimana, y con la organización político religiosa de las cofradías, típica y exclusiva de los mahometanos, no estudiada, ni comprendida y aplicada por consecuencia por las autoridades españolas” (carta de 20 de febrero de 1919).
Durante el curso 1921-1922, estuvo pensionado en Inglaterra donde comenzó sus estudios sobre los judíos sefardíes, trabajo que desarrolló en el archivo de la sinagoga de Londres y el British Museum. En 1927 solicitó nuevamente una pensión a la JAE, en este caso en Londres, “con el fin de concluir los estudios sobre los “judíos españoles en Inglaterra” y cuatro años más tarde otra de cuatro meses en Londres u otros dos en París y Ámsterdam para concluir un trabajo sobre los “sefardíes en las relaciones entre Inglaterra y España, especialmente en asuntos de América”.
Durante los años transcurridos desde su estancia en Tetuán, Nalda obtuvo la licenciatura en Historia, con premio extraordinario, y el doctorado en Historia (curso 1919-1920). En mayo 1920 consiguió la cátedra por oposición en Literatura del Instituto número 1 de Logroño (por este motivo no pudo prolongar su estancia en Tetuán como solicitó y obtuvo de la JAE), y por permuta la de Cádiz. En octubre de 1929 fue nombrado comisario regio en el Instituto de Algeciras, cargo del que dimitió en febrero de 1930. En el curso 1928-1929 finalizó sus estudios de licenciatura en Derecho por la Universidad de Murcia, profesión que ejerció entre los años 1934-1939. Y fue en el curso 1933-1934 cuando se trasladó desde Cádiz al Instituto de Albacete y en esta ciudad continuó desempeñando la docencia durante la guerra.
Al finalizar el conflicto civil, el 28 de diciembre de 1939, día de los santos Inocentes como una ironía, fue separado de la docencia tras ser depurado. Su “delito” principal fue pertenecer a la Iglesia evangélica y hasta mayo de 1963, cuando el franquismo parecía atemperarse, y la Iglesia Católica, bajo el pontificado de Juan XXIII se preparaba para el Concilio Vaticano II, no pudo reincorporarse a la docencia. La ejerció en el Instituto de Alcalá de Henares, jubilándose por edad al año siguiente y volviendo a Albacete.
Estos son algunos rasgos que figuran en su currículum que el mismo incluía en una de sus publicaciones. Durante su docencia explicó Castellano y Literatura Universal, Latín, Francés, Inglés, Griego, Árabe y Hebreo. Comenzó enseñando en Escuelas de Alfabetización e impartió clases en institutos, escuelas de Magisterio, Seminario y Universidades.
Pero es recordado sobre todo como profesor de lo que hoy día es Instituto Bachiller Sabuco de Albacete. El 3 de octubre de 1975, recibió un homenaje público con la intervención de antiguos alumnos y del gobernador civil de aquel momento. El 16 de junio de 1994 la alcaldesa Carmina Belmonte descubrió una placa que daba nombre a una calle del Barrio Pedro Lamata, a petición de un grupo de antiguos alumnos, entre ellos Juan José García Carbonell, Adalberto Valcárcel y Luis Andicoberry. Con este motivo García Carbonell publicaba un artículo en el diario La Verdad (20-6-1994), en el decía que «actualmente los nombres de las calles se ponen para honrar la memoria de una persona virtuosa en algo», lástima que no sea así y el callejero de tantos y tantos pueblos, pedanías y ciudades, como la nuestra honre a aquellos que su virtud fue, entre otras, cortar el magisterio de tantos y tantos maestros. Sólo en Albacete, según un artículo de Manuel Ortiz Heras, al menos 100 maestros sobre un total de 860 fueron definitivamente separados de la docencia, no se trata en este articulo de los profesores de secundaria, entre los que estaba Demetrio Nalda.
En diciembre de 1999 se inauguró la Biblioteca Demetrio Nalda en el Instituto Bachiller Sabuco, que consta de 2.658 volúmenes en español, inglés, francés, italiano, latín, griego y hebreo, con algunos libros incluso de los siglos XVIII y XIX. Nacía de la biblioteca personal del propio Nalda y se completaba con los fondos bibliográficos del Instituto que, al tratarse de un centro creado a mediados del siglo XIX, en su primera ubicación en la calle Zapateros, contaba con un fondo antiguo de singular valor.
Sin embargo, Demetrio Nalda no pudo asistir al acto de apertura de la calle con su nombre ni tampoco a la inauguración de la biblioteca. Había muerto en Barcelona, el 8 de abril de 1993, un hombre singular que durante los años de la Guerra Civil se despedía de sus alumnos con un “Proseguiremos el día próximo, Dios mediante”.
Durante los cursos 1934-1935 y 1935-1936 dirigió en Albacete la revista Instituto, “órgano de los estudiantes del Bachiller”, y tanto en ella como en Avante, editada en Cádiz, expuso sus ideas pedagógicas. Así, por ejemplo, en un artículo de 1932 titulado “De la memoria” expresaba lo siguiente: “Manía muy antigua es la de sembrar de citas de autores, más o menos relevantes, los trabajos que quieren presentarse como muy profundos cuajados de ciencia… Bien está que en clase y en los trabajos objetivos docentes, se citen con toda claridad las opiniones que acerca de los puntos básicos han dado las grandes figuras de todas las tendencias.- Este método es el más honrado: para desterrar el pernicioso magister dixit, el que los alumnos admitan como artículo de fe lo que se le ocurra o le convenga decir al maestro; y además, porque educar es desarrollar íntegramente la personalidad del discípulo; y el raciocinio o sea la contrastación de juicios es lo que caracteriza al hombre, al ser racional, y mal podrá contrastar juicios y sacar conclusiones propias que sean directrices de su vida quien no oiga con atención lo que piensan y dicen los de todas las tendencias, pues si no contrasta lo de todos y analiza, está abocado a ser un animal de costumbres y no un ser racional”.
En 1934 publicaba en Cádiz sus primeras Analectas, selección de fragmentos literarios. En el prólogo afirmaba cosas como esta: “La teoría sin práctica, de bien poco sirve para obtener fruto de un curso de Lengua y Literatura, además de estudiar reglas y consejos hay que leer mucho a autores selectos y oír al pueblo. Por la desidia y la falta de un acertado aprendizaje del idioma estamos empobreciendo el español (pues hay individuos cuyo caudal lingüístico no pasará de 500 palabras), y así estamos reduciendo nuestra alma. Si el hombre se diferencia de los animales por pensar y expresarse de un modo perfecto por el lenguaje, hagámonos más hombres pensando más hondamente y obrando y hablando mejor”.
El propio don Demetrio relataba las circunstancias de su separación de la docencia a través de un artículo publicado en La Voz de Albacete (13-4-1975) titulado “1939 Reanudación del Instituto”. Llegó el nuevo gobernador provincial y el claustro tuvo que presentarse ante él. En la visita tanto José Alonso Zabala, auxiliar de idiomas, como Pedro José Cortés, catedrático de Agricultura, pidieron el nombramiento de director del Instituto como recompensa a sus méritos políticos. El gobernador eligió al segundo, quien nombró como vicedirector a su íntimo don Luis Berzosa, catedrático de Matemáticas. Nalda impartió la última clase en vísperas de Navidad y fue la de Literatura, a las niñas de primer curso… Siempre se despedía de sus alumnos, con un “Proseguiremos el día próximo, Dios mediante”.
El gobernador civil ordenó su separación de la enseñanza y se le comunicó el cese el día de los inocentes de 1939. Y entonces exclamó: “¡Cúmplase en mí y por mí Tu voluntad, Dios mío; en Tu mano estoy, líbrame de caer y negarte en la prueba que el tentador me tiende!”. Se recogieron doscientas firmas proclamando la inocencia del profesor, pero no sirvieron de nada. Su artículo lo concluía un poema de Fray Luís de León: “Aquí la envidia y mentira, me tuvieron encerrado…”
Tiempo después, con 97 años, remitía una carta a uno de sus alumnos Adalberto Valcárcel, reproducida por Luis Guillermo García-Saúco Beléndez con motivo de su muerte en El Silbo, revista del Instituto de Enseñanza Secundaria “Tomás Navarro Tomás”. En ella, además de describir un estado físico muy deteriorado (la carta la escribía su hijo Miguel Ángel, dictada por don Demetrio), en uno de sus párrafos resumía así su experiencia: “lo que podían haber sido 44 años de servicio en los entonces llamados Institutos de Segunda Enseñanza, fueron en realidad 20 años de Instituto y 24 de destierro lleno de interrogantes y angustias en los que sobreviví y subsistí dando clases particulares de castellano, latín, griego, árabe, hebreo e inglés, yendo para ello de casa en casa de mis diferentes alumnos, españoles unos, extranjeros otros. Gracias a Dios, a esa fe mía tan poco comprendida y tan perseguida, pude sobrellevar el absurdo de mi situación en los años negros, gracias a Él no se ofuscó mi mente con los tules sombríos de la locura que hubiera resultado casi lógica ante un proceso que merecería ser obra de un Kafka o quizás incluso de un Arrabal.”
El motivo para que este hombre, que terminaba sus clases, con un «proseguiremos el día próximo, Dios mediante», fuese expulsado de la docencia, hasta 1963 cuando le faltaban meses para jubilarse, no puede ser más contundente, ni tampoco más cruel, Demetrio Nalda, como su padre, pertenecía a la Iglesia evangélica y eso para la Dictadura y para la Iglesia Católica, triunfante en su cruzada, era intolerable, a pesar de las proclamas de que solo se verían afectados los que “Tuvieran manchadas las manos de sangre”.
Una Iglesia evangélica que en Albacete abrió sus puertas en 1890, en la calle del Rosario. Al finalizar la Guerra Civil el Catolicismo triunfante patrimonial guió la conducta y la moral de los españoles y la Iglesia Protestante, en aquellos difíciles años cuarenta y cincuenta, sufrió el rechazo social y oficial. En Albacete se produjeron algunos incendios en la puerta de aquella capilla protestante en La Veleta, tras escuchar cierto sermón incendiario en alguna parroquia o la acusación pública de posible excomunión a la persona que, de buena fe, acudieron al entierro de un conocido industrial albacetense. Y la no menos ridícula circunstancia de cruzarse de acera al llegar a las proximidades de la iglesia evangélica a fin de no contaminarse de los cánticos y oraciones comunitarias que allí se celebraban, eran los tiempos, no tan lejanos, en la que en los templos católicos y en los rosarios de la Aurora se cantaban estribillos como: “Mueran, mueran protestantes. // Viva, viva la Nación. // Queremos ser amantes // del Sagrado Corazón. // Los que están en el infierno. // Allá no pensaron ir // tú que imitas sus costumbres. // En qué piensas ¡ay! de ti”.
Don Demetrio, su figura intelectual y humana merecen un espacio mucho mayor que éste sin embargo creo que es oportuno evocarlo y recordar que estas cosas pasaron durante una Dictadura que detestaba al diferente, como decía la canción de G. Brassens: No, a la gente no gusta que // uno tenga su propia fe. Y es que la disidencia, en este caso la religiosa, de este intelectual, como la política de otras muchas personas, era algo que la Dictadura del general Franco no estaba dispuesta a tolerar.