En el seno de una modesta familia labradora, como segundo hijo, vino a la luz en Piedrabuena (Ciudad Real) Nicolás del Hierro Palomo el día 2 de febrero de 1934. Solía decir que no guardaba ningún recuerdo relacionado directamente con la guerra. Su adolescencia pasó por las penurias propias de la posguerra, pero fue la decisión de su madre la que logró que no creciese pegado a la tierra. Desde muy niño le inculcó su afición por el estudio y las letras, y aunque la situación económica de la familia impidió que recibiera estudios superiores -comenzó su vida laboral a los 12 años- pronto se vio inclinado a las letras, especialmente a la poesía. Solía recordar su formación autodidacta.
Al poco de comenzar la década de los 50, trasladó, por motivos laborales, su residencia a Madrid, allí fue forjando su hacer literario y entró en contacto con los ambientes poéticos madrileños. En 1962 apareció Profecías de la guerra, su primer libro, en donde se declara “generación nacida a flor de bala” y manifiesta su intención de superar los traumas vividos, al tiempo que establece, en línea clara, su compromiso con el hombre y su afán de plenitud y justicia, tensión que recorrerá toda su obra.
A lo largo de la década aparecen nuevos libros que inciden la temática social propia de la época, teñidos de matices existencialistas. Así llegan Al borde casi (1965), Cuando pesan las nubes (1971) y Este caer de rotos pájaros (1979), en donde su propuesta confesional y su visión rehumanizadora se consolidan, no sin un deje de tristeza inquisitiva y un no disimulado escepticismo. Con estos cuatro libros se cierra una primera etapa creativa que le había convertido en uno de los poetas de referencia en Castilla-La Mancha. Vendrá luego una segunda, la de sus dos libros de tema amoroso, editados consecutivamente: uno forjado alrededor de amores soñados y perdidos: Lejana presencia (1984), y otro, Muchacha del sur (1987), levantado alrededor de la exaltación del amor presente y real. Son años de plena actividad en los que funda revistas como los pliegos poéticos TOLVA o AL VENT, colabora con multitud de publicaciones del ámbito hispano y redacta artículos para la prensa, fundamentalmente en el diario LANZA, tanto sobre temas de actualidad como de crítica literaria.
En 1972 tenemos noticias de su incursión en la narrativa al saber que su novela corta El temporal había obtenido el accésit del premio Ciudad Real; aunque su edición habrá de esperar a 1984, con la creación de la BAM (recientemente ha aparecido -2023 y Mahalta ediciones- una segunda edición). A esta siguió otra novela de más largo aliento: Fantasmas de un mundo cerrado, que fue finalista del premio Planeta en 1976 y que años después vería la luz con el título El oscuro mundo de una nuez (2004, Llanura) con la que explora los mundos cerrados y los miedos de un niño en una sociedad cerrada a los sueños. Con otra novela corta Personaje sin nombre (2001, Intuición) y tres libros de relatos: Nada, este es el mundo (1986, Carta Puebla), Ojos como la noche (1997, BAM) y Una ventana abierta (2014, C&G) se completa su obra narrativa editada.
Residente en Madrid, durante los últimos años del milenio anterior y los del siglo XXI, vive a temporadas entre la Corte y su tierra natal, en donde tiene segunda residencia. Es socio fundador de la Asociación de Escritores de Castilla-La Mancha y durante bastantes de estos años ocupó la vicepresidencia de la Casa de La Mancha en Madrid, en la que fue coordinador y mantenedor de la tertulia Juan Alcaide.
La llamada de la tierra en Nicolás del Hierro no es solo residencial y asociativa, sino que además activa los resortes de una memoria que nunca dejó de ser germen en su creación. Pronto aparecerán nuevos libros de poemas. Tras la edición por la BAM de la antología Toda la soledad es tuya (1989), que recoge una selección de su producción entre 1962 y 1987, surge en Valdepeñas Cobijo de la memoria (1995, Ediciones A-7), en donde el poeta vuelve su mirar elegíaco al paraíso y las penurias de los suyos, a la infancia y sus matices, poemas donde el contraste de lo vivido se torna material dúctil y poético. Es el inicio de una nueva etapa en su decir, en la cual, sin perder sus anteriores líneas de fuerza, su respuesta fraterna a los avatares diarios de la gente que sufre y trabaja, abre ventanas a una reflexión intensa sobre su propio vivir y sus permanentes afanes; asuntos a los que añade la fidelidad de su compromiso con la poesía como lugar de existencia. Algo que podemos comprobar en los dos títulos que custodian el filo del milenio: Lectura de la niebla (1999, Diputación de Cuenca) y Mariposas de asfalto (2000, Colección Melibea, Talavera de la Reina). Extraemos de Mariposas de asfalto, que obtuvo el accésit al premio Rafael Morales, el inicio del primer poema que habla de su disposición solidaria la hora de escribir:
No escribo para mí,
sino para los otros, para quienes
desde el crepúsculo se asoman
por la ingente ventana del poema
y sus ojos son noche.
En 2004 aparece en México una antología de su obra en edición conjunta con otra antología de José Hierro, la publica el Frente de Afirmación Hispanista; meses antes que el Ayuntamiento de Piedrabuena, en su colección Yedra de poesía, edite El latir del tiempo, donde Nicolás del Hierro profundiza su mirar en los contrastes del tiempo, ligando pasados y presentes, los tiempos vividos con sus esperanzas, las realidades y los sueños, lo que fue con lo que llamamos futuro, y en donde ya aflora un cierto desengaño. Años después, todo este abanico sentimental se verá ampliado con la aparición de Dolor de ausencia (2006, Ediciones Llanura). Pero es preciso señalar que en 2005 había aparecido, editado por el grupo Guadiana de Ciudad Real Los ríos rojos de tu sangre, un poemario trazado años antes, riguroso y duro, sobre las drogas y su devastación social provocado en el poeta por la visión nocturna y desoladora de un joven drogadicto. Y si durante todos estos años amplia su labor como conferenciante por diversos lugares de España, en 2012, al cumplirse los 50 años de su primer libro, ve la luz un volumen fundamental: El color de la tinta. Poesía 1962-2012 (Vitruvio), que, prologado por un amplio estudio de su obra a cargo de Pedro A. González Moreno, reúne una amplísima antología en la que además se incluye dos libros nuevos: Desde mis soledades y El color de la tinta, que dará título al conjunto. En estos dos últimos libros se hace patente un progresivo escepticismo sobre el valor público y la transcendencia de la palabra, que Pedro A. González Moreno explicita: “Su desconfianza en la utilidad de la escritura está mucho más allá del ámbito personal (¿De qué le vale al mundo mi palabra?), y a veces se plantea la posibilidad de que la poesía carezca de una auténtica función social, dado el restringido círculo en que se despliega y la escasa atención de que es objeto, de manera que no sólo aparece como una herramienta ineficaz para salvar al mundo sino también para salvar a un hombre”.
Tras este libro se hace patente que la obra del poeta esta transitada por la duda, tanto en la palabra escrita como en el hombre al que va dirigida, y así se hace notar en los últimos libros: Premonición de la Esperanza”, editado por la Casa Maya (2013, Campeche, México) que incluye tres libros inéditos; los tres de muy diferente temática: Donde habita el recuerdo, El gran teatro y Silencios abstractos; tras él, en la Biblioteca de Autores Manchegos (2016), apareció Esta luz que me habita, y casi coincidiendo con sus últimos días, la editorial Lastura (2017) hizo nacer Nota quisiera ser de cuanto sueño.
Nicolás del Hierro falleció el 14 de enero de 2017, en Madrid. En los últimos años recibió numerosos homenajes y reconocimientos, tanto a su obra como a su persona. Ya en 2015, una placa en su casa natal, recordó en Piedrabuena su compromiso con su tierra y sus gentes. Tras su muerte, el Ayuntamiento rotuló con su nombre una plaza céntrica de Piedrabuena y levantó en el paraje llamado Fuenteagria una estela con uno de sus poemas más significativos. También, en 2018 la editorial Lastura publicó Lecciones de memoria, su libro póstumo.