Nació Pablo Pardo González en la localidad de Budia (Guadalajara), en 1830, para convertirse en uno de los pintores más prestigiosos nacidos en la provincia de Guadalajara, de entre los que alcanzaron éxito en el Madrid en la segunda mitad del siglo XIX.
Se trasladó muy joven a la capital del Reino para estudiar el arte de la pintura en el taller de Vicente López primero, y más tarde en el de Federico de Madrazo, a quienes trató de imitar en sus trazos con cierto éxito. Confundiéndose en ocasiones, como suele acontecer, las obras de los maestros con las de los alumnos. En 1851 le fue asignada una pensión real al ser uno de los pintores que “más esperanzas prometen”.
Siete años más tarde, en 1858, los críticos y estudiosos del arte del pincel destacaban sus formas y trazos: “…tanto por su buen dibujo, color fresco y brillante, cuanto por el partido que ha sabido sacar de la sencilla posición en que ha colocado las figuras. Los pliegues de los vestidos están bien señalados y los detalles bien entendidos. Se descubre en sus lienzos al discípulo de Vicente López, de quien ha tomado el dibujo, y de la Academia de San Fernando, en donde ha adquirido el colorido, así como la manera de colocar las figuras y pliegues del maestro Federico de Madrazo, a quien sin duda se ha propuesto imitar”. La crítica, no obstante, le aconsejaba “seguir su inspiración dedicándose en lo sucesivo a trabajos dignos de su inteligencia y aplicación”. Pues solía acontecer que los alumnos, siguiendo con la imitación, dejaban de lado la propia e importante iniciativa. En este año de 1858 alcanzó una mención de la Academia de Bellas Artes por su obra Escrutinio de los libros de don Quijote.
La fama le llegó, tras los anteriores intentos, pues se hizo conocido a través de uno de sus lienzos, al que pondría por título: Viático de Santa Teresa, que pasó a formar parte de las colecciones del Museo del Prado; en cuyos fondos permanece.
Así mismo, y dados los tiempos que corrían, otras de sus pinturas merecieron figurar en lugares de honor, como fueron sus retratos sobre los políticos Bravo Murillo y Olózaga, que fueron adquiridos por el Congreso de los Diputados, en donde continúan expuestos.
También fue retratista de alguno de los más conocidos políticos de su tiempo, entre otros, de algunos ministros de Hacienda, como José de Sierra, Luis María Pastor y Servando Ruiz; óleos que le dieron reconocida fama de retratista, haciendo que en su estudio no faltasen los encargos de nobles o políticos deseosos de ser plasmados en el lienzo por nuestro maestro.
Don Manuel Ossorio y Bernard, quien daría a la luz en 1883-84, una de las grandes obras en torno al mundo artístico español, biografiando a los más prestigiosos pintores del siglo XIX, escribiría en torno a Pardo González y su mundo, cuando este, Pablo Pardo, todavía se encontraba en el mundo de los vivos: “Ha presentado diversos retratos en las Exposiciones Nacionales de 1858, 1862 y 1864, obteniendo varias menciones honoríficas por los mismos. En 1876 presentó el Viático de Santa Teresa de Jesús, cuyo lienzo fue adquirido por el Gobierno. Son también de su mano un retrato del Sr. Conde de Oñate y otro de la reina doña María Cristina para el Ministerio de la Guerra”. Añadiendo la entonces dedicación, al margen de la pintura, de Pardo González: El Sr. Pardo es ayudante profesor de las enseñanzas de dibujo del Conservatorio de Artes.
Vivió y tuvo establecido su estudio en Madrid en la calle del Caballero de Gracia número 15. Su obra fue muy aplaudida, y a pesar de que casi siempre pintó por encargo, razón por lo que la mayoría de sus obras, principalmente retratos, se encuentran en colecciones particulares, otras, sin embargo, se pueden admirar en diversos museos de Madrid, entre ellos el de la Ciudad.
Miembros de su familia fueron Librada Pardo Bermejo (Budia 1869), pintora, que participaría en la Exposición Nacional de 1897, siendo discípula de Vicente Mota, y una de las cuatrocientas mujeres que participaron en las exposiciones nacionales durante el siglo XIX; hija de Félix Pardo González, natural también de Budia, donde vio la luz primera en 1846, a su vez, hermano de Pablo Pardo González, quienes entraron, aunque con menos fortuna, en el mundo de la pintura. Siendo su hijo, Manuel Pardo Pérez, igualmente, pintor.
Unos años antes de su fallecimiento también había pintado, igualmente por encargo, para el monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, la obra que lo consagraría en el tiempo, de cuyas trazas se haría eco la prensa nacional, con admirables líneas: “Hemos tenido el gusto de ver dos hermosos cuadros de diez a doce pies de altura próximamente, pintados por encargo de la señora abadesa y capellán mayor del Monasterio de las Descalzas Reales, por el Sr. Don Pablo Pardo González, con el fin de reemplazar otros dos análogos que se quemaron el día del incendio. El uno representa a la emperatriz doña María, viuda de Maximiliano de Austria, con el hábito de San Francisco que vistió hasta su muerte en dicho monasterio, y el otro a la fundadora vestida de negro. Están destinados a ser colocados a derecha e izquierda del altar mayor, sobre las puertas de las capillas adyacentes, en una de las cuales se haya el sepulcro de la fundadora. Uno y otro sobresalen por su buena entonación, decidido claro oscuro, y por el acierto con que su autor, discípulo de la Academia de San Fernando y de D. Vicente López, ha sabido combinar ambos estilos”.
Al momento de su fallecimiento, en Madrid, el 16 de febrero de 1890, era profesor de la Escuela de Artes y Oficios de la capital del reino, y se encontraba casado con Josefa Pérez Redondo, matrimonio del que le vivían dos hijos, José y Manuel.