Echevarría fue un director de banda, folklorista, musicólogo, compositor y conferenciante, conocido principalmente por ser el autor del Cancionero Musical Manchego (1951), pero su poliédrico y desconocido trabajo se extiende a numerosos campos y regiones.
Pedro Echevarría Bravo nació el 12 de junio de 1905 en la localidad burgalesa de Villalmanzo. Desde su infancia mostró aptitudes para la música, que serían desarrolladas desde los diez años estudiando piano y solfeo. En 1919 Echevarría, ingresó en el Monasterio de Aránzazu (Oñate, Guipúzcoa). Allí cursó Humanidades, Filosofía y Letras, disciplinas que le dotaron de una gran base cultural, de la que haría gala en sus futuros trabajos, y el espíritu humanista imprescindible para su continua búsqueda del conocimiento. Pero también en el monasterio franciscano obtuvo una sólida formación musical, estudiando órgano de mano del P. Juan José Natividad Garmendia (1883-1954) y el P. José María Arregui, formado como compositor en la Escuela Internacional Burgés de Barcelona, con quien estudió teoría musical, solfeo, piano –donde destacó–, armonía y composición.
El joven Pedro ejerció durante tres años como organista para la Schola Cantorum del monasterio y con esta formación estrenó su primera composición, un Salve Regina a cuatro voces mixtas y órgano, así como otras pequeñas obras religiosas.
En 1926 abandonó la vida religiosa y se estableció en Soria donde se dio a conocer en recitales y veladas como compositor, intérprete de piano –en solitario o como acompañante– y dirigiendo diferentes tipos de coros. Entre 1927 y 1928 su vida en la ciudad castellana se vio interrumpida por el servicio militar, que realizó en el Regimiento Príncipe, en Oviedo. Allí aprendió a tocar la tuba y se familiariza con un conjunto instrumental y unas sonoridades muy diferentes a las que conocía en su vida anterior. Tras su experiencia en el ejército decidió ingresar en la Banda Provincial Soriana. Sin embargo, no permaneció mucho tiempo, pues el primer día de agosto de 1928 abandonó Soria para comenzar su etapa profesional en la Parroquia de Santa María de Ateca (Zaragoza) como organista, maestro de capilla y, de forma inesperada e interina, como director de la banda de música independiente Santa Cecilia, además de ejercer como profesor de clases particulares de piano y compositor. Un año después, en 1929, se trasladó a Daroca, (Zaragoza), donde también compaginará la dirección de la Banda Municipal con el cargo de organista de la Colegiata de Nuestra Señora de los Santos Corporales, ambas vacantes obtenidas por oposición, y tendrá la oportunidad de formar un orfeón mixto de 95 voces.
En esta nueva etapa sus composiciones fueron de sencilla música religiosa-popular, compuestas para que el pueblo las hiciera suyas, pero además escribió sus primeras obras profanas: Eladio Amorós y Miss Sevilla, dos pasodobles para piano, canto y corneta, publicados en la Editorial Erviti.
El trabajo en estas bandas de música de segunda categoría le hizo ser consciente de las malas condiciones en las que tenían que ejercer sus directores, así como lo importante que era su labor como instrumento cultural y pedagógico de primer orden, base para la culturización del pueblo. Esto le llevó a militar a favor de los derechos del gremio, tanto por medio de escritos en prensa como por un activo e importante papel en la estructura que en 1931 creó y guió los primeros pasos de la Asociación Nacional de Directores de Bandas Civiles. En esta etapa trabó amistad con destacadas personalidades de este movimiento, como Julio Gómez o Ricardo Villa a quien dedicó el libro inédito Memorias de un compañero, que resume su visión de lo acontecido en estos años.
En mayo de 1932 se trasladó a San Martín del Rey Aurelio, Sotrondio, en Asturias como director de su Banda Municipal. Fue nombrado delegado para Asturias de la Asociación de Directores de Bandas de Música y en sus composiciones, con versiones tanto para banda como para piano y voz, se dejó llevar por tangos y otros ritmos de moda que triunfaban en la radio y salones de baile. Sin embargo comenzó ya un acercamiento a la música tradicional con obras como La más guapina d’Asturies o Diez canciones populares asturianas que señalaron el campo por el que sería conocido en el futuro: el estudio y difusión del folklore musical.
En 1935 es nombrado director de la Banda Municipal de Tomelloso, localidad manchega en la que pasa la Guerra Civil, contrae matrimonio y se asienta. Cuando descubrió la riqueza lírica atesorada en la tradición oral de esta región, se entregó a la recopilación de sus melodías tradicionales para estudiarlas, darlas a conocer en España y ayudar a su conservación dentro de La Mancha. A lo largo de quince años recorrió más de ciento cuarenta pueblos manchegos varias veces y gracias a su don de gentes conoció a muchísimos informantes, que recitaron, cantaron, bailaron y tocaron sus instrumentos ante él. De las 2.500 piezas que afirmó recopilar cedió 100 a la Sección Femenina y algo más de 1.400 quedaron depositadas en el Instituto Español de Musicología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) por medio de Misiones y Concursos, configurando la mayor colección realizada en estas tierras. Entre todos estos materiales seleccionó 300 piezas que, junto a notas etnográficas y costumbristas, formó el Cancionero musical popular manchego, publicado por el CSIC en 1951 y reeditado en 1984 y 2005. Esta obra, a pesar de ser heredera de las ideologías nacionalistas, románticas y evolucionistas del siglo XIX, puso a La Mancha a la altura de otras regiones europeas tras décadas de retraso en el estudio de su folklore.
Tanto los trabajos entregados al Instituto de Estudios Manchegos (IEM) como el Cancionero le hicieron merecedor del reconocimiento de grandes personalidades de la música y la cultura (Jacinto Guerrero, José Subirá, etcétera) así como numerosas condecoraciones; entre otras, el Premio Extraordinario de Musicología (1948), Premio Nacional de Musicología (1949), nombramiento como Académico correspondiente en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1951) o colaborador del IEM (1952).
Pero Pedro Echevarría, durante su estancia en Tomelloso, no se limitó a la recopilación folklórica y la dirección de la Banda, pues lo simultaneó con otras actividades.
Al término de la guerra fue nombrado Delegado de Cultura y Arte de la Obra Sindical de Educación y Descanso, dirigió ciclos de cultura musical en el Hogar del Productor de Tomelloso, llevando a las entrañas de La Mancha interpretaciones de música de los grandes compositores españoles y extranjeros; también elaboró, registró y publicó en 1940 un proyecto educativo llamado La asignatura de música en los centros docentes de España. Más importante fue su intensa labor como conferenciante, tanto por toda España como fuera de nuestras fronteras. Sus conferencias, que al principio tenían distintas temáticas (bandas de música, arte, política, canto popular español…) se centraron pronto en el folklore manchego, materializada bajo el título de La lírica del Quijote y Sancho Panza. Finalmente no abandonó el trabajo como compositor; escribió himnos (Himno de Tomelloso y La marcha de Franco), pero sobre todo música popular para bailar (pasodobles, valses, schotis, pericones…) tanto para banda como para voz y piano. No obstante se deben destacar algunas composiciones más elaboradas tales como Así canta Castilla (1939), una de sus obras más ambiciosas para banda y, sobre todo, las Canciones manchegas para piano y voz. Se trata esta última de una serie de canciones de concierto para voz y piano que Echevarría creó en principio para ejemplificar sus conferencias, pero que fue ampliando y modificando con el paso de los años. En ellas, partiendo de las melodías de seguidillas, romances, jotas, fandangos, etc. que él mismo
recopiló, crea un acompañamiento de piano que se inspira en estilos y movimientos tan diversos como el posromanticismo, impresionismo, neoclasicismo o jazz. Con estas características, las Canciones manchegas de Pedro Echevarría se convierten en una de las composiciones más reseñables del regionalismo musical manchego.
En 1953, tras 17 años en Tomelloso, accedió por Concurso Nacional a dirigir la Banda Provincial de La Coruña, y dos años más tarde pasó a la de Santiago de Compostela, ambas de 1ª categoría, 2ª clase. El último destino resultaría especialmente interesante para una persona con las inquietudes de Echevarría por todo el poso cultural que rodea a la ciudad Jacobea.
El mayor nivel de las agrupaciones que dirigió en estos años pondría a su disposición recursos con los que podría llevar a cabo con mayor solvencia su misión artística. Con estas bandas interpretó obras de elevado nivel, tanto de música popular, zarzuela o adaptaciones de música clásica (Soutullo, Bretón, Vives Chapí, Falla, Albéniz, Wagner, Beethoven, Rossini, Tchaikovsky…), pero también aprovechó para escribir y estrenar nuevas composiciones, frecuentemente inspiradas en personalidades o música gallega (Don Ramón de Trasalba, Villar Chao, O meu niño, Suspiros Vieneses, Nuestra Madrina…).
No obstante, posiblemente la mejor de sus composiciones sea Por los Campos de Montiel y Calatrava, estrenada en 1955, que se inspira en su estancia manchega. A pesar de que esta obra se encuentra perdida, el hecho de ser compuesta inmediatamente después de las Canciones manchegas para voz y piano en las que utilizó técnicas de composición avanzadas, así como el conservar datos y textos que indican una aproximación a la música sinfónica, hace pensar que nos encontraríamos ante la obra musical más completa e interesante de Pedro Echevarría y del regionalismo musical manchego.
En esta nueva etapa no cejó en sus recopilaciones foklóricas. Su trabajo de campo centrado en tierras de Galicia y León mereció nuevos premios por parte del CSIC (Premio Extraordinario de Musicología, 1958 y 1959), pero también realizó incursiones en Álava o Cádiz. Del mismo modo que enlazó el folklore manchego con el Quijote, aquí relacionó la música tradicional gallega con los cantos de los peregrinos de Santiago. Gracias a sendas becas de la Fundación Juan March (1958 y 1962) pudo profundizar esta línea de estudio con investigaciones de los peregrinos medievales en Francia, Holanda y otros países europeos.
El progreso en sus investigaciones contrastaba con la situación de la banda de Santiago de Compostela, que no era tan buena como esperaba. El Ayuntamiento estaba sumido en una grave crisis económica que afectaba a la agrupación a lo que había que sumar problemas personales de Echevarría, tanto con los músicos como con políticos y personas de la cultura local. Todo ello provocó su suspensión de empleo y sueldo por 6 meses como director en 1958, la disolución temporal de la agrupación en 1959 y finalmente la petición de jubilación voluntaria en 1965, cuando tiene lugar su último concierto al frente de la banda. Estos contratiempos le sirvieron para centrarse en el estudio y divulgación del cancionero jacobeo por medio de conferencias por toda Europa, que le ayudaron a ser reconocido con la Cruz de los Caballeros del Mérito Nacional y la medalla de Comendador de la Academia de Arte, Ciencias y Letras en Francia (1962). En 1967 publicó el Cancionero de los Peregrinos de Santiago (Centro de Estudios Jacobeos) que supuso su consagración como investigador.
Retirado de la dirección de bandas y de la composición, pero no de su labor de conferenciante, se fue a vivir a Madrid donde colaboró con la Casa de Castilla-La Mancha y diversos grupos de folklore manchegos. Falleció el 22 de diciembre de 1990. Desde 2014 su figura ha sido reivindicada y estudiada por medio de tesis, TFGs, artículos, libros, grabaciones y en el congreso realizado por el Centro de Estudios del Campo de Montiel en 2016.
Bibliografía:
- Francisco Javier Moya Maleno y Pedro R. Moya-Maleno (eds.), Pedro Echevarría Bravo. Músicas y Etnomusicología en La Mancha. Actas del Congreso ( Villanueva de los Infantes, 15-17 de julio de 2016), Revista de Estudios del Campo de Montiel, nº extra 2( 2018).