Nació en Madrid el 2 de junio de 1893, hija de Tomás Serrano Galbache, profesor de secundaria y de Florentina Rizo Asensio. Falleció en Ciudad Real el 1 de enero de 1974. Se formó como Maestra Normal en la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio en el curso 1914-1915, obteniendo el número 5 de la lista de calificaciones por la sección de Labores y Economía Doméstica. Ese mismo año ocupó plaza de Profesora Numeraria en la Escuela Normal de Maestras de Ciudad Real (RO del 6 de julio de 1915).
A pesar de que la mayor parte de su estancia en este centro estuvo ligada a labores de gestión y responsabilidad, nunca se alejó de la docencia y del contacto con sus alumnas. Fue directora de la Escuela Normal de Maestras de Ciudad Real casi ininterrumpidamente desde el mes de mayo de 1925 (la primera vez que firmó el Acta del Claustro como directora accidental fue en la sesión del 7 de mayo de ese año, siendo confirmada posteriormente el 24 de enero de 1928 mediante Real Orden). El hecho de que fuera ratificada en el cargo en regímenes políticos antagónicos como la monarquía alfonsina (dictadura de Primo de Rivera) y la II República evidencia su falta de adscripción política. Tras la guerra civil continuó al frente del establecimiento hasta su jubilación el 30 de septiembre de 1963.
No se le conoce actividad feminista alguna extramuros de la Escuela Normal, pero siempre tuvo gran inquietud por los derechos de sus alumnas y compañeras. Aunque no supo desprenderse de las limitaciones morales de la época que singularizaban la actitud, la conducta y la compostura de la mujer, fue una luchadora incansable frente a la Administración y se reveló ante determinados agravios que quebrantaban los derechos más escudriñados socialmente: la calificación moral de la mujer mediante el cuestionamiento de su imagen y su honor.
Tuvo una particular clarividencia para gestionar situaciones difíciles esquivando conflictos y provocaciones que nada beneficiaban al ambiente del centro, a la buena marcha de los estudios Normales y al prestigio de la Escuela.
Como directora supo cohesionar el Claustro y potenció las cualidades y confianza de las profesoras, aportándoles seguridad y empoderamiento.
Fue una imaginativa escudriñadora de recursos para superar la precariedad y ampliar la actividad académica y cultural de la Normal de Maestras de Ciudad Real, de ello queda constancia en varias Actas del Claustro de la Escuela Normal, en Resoluciones de la Secretaría, del Negociado de Hacienda y de la Contaduría de la Diputación Provincial.
Su implicación y sensibilidad por la Enseñanza de la mujer superaba con creces el estándar de la época. Comprendió que uno de los pilares de la Instrucción Primaria de la niña descansaba en la buena formación de sus maestras y en ese empeño siempre puso en valor sus capacidades y su autonomía.
Con el advenimiento de la II República, se conminó a los Claustros a que formulasen las propuestas de los cargos que considerasen más adecuadas y Pilar Serrano Rizo, en la sesión del 11 de mayo de 1931, volvería a ser confirmada como directora, disponiéndose su nombramiento por Orden Ministerial del 17 de junio de ese mismo año.
Posteriormente, con la unificación de las Escuelas Normales, abandonó sus funciones de gestión, ya que la dirección interina del centro debía recaer en la directora o el director más antiguo (Orden Ministerial de la Dirección General de Primera Enseñanza del 30 de octubre de 1931). El cargo recayó en Fernando Piñuela Romero, que lo fuera hasta entonces de la de Maestros. No obstante, Pilar pasó a formar parte de la Junta de Gobierno de la Escuela Normal unificada por resolución del Claustro en la sesión del 10 de junio de 1933. Unos meses después, el Claustro confirmó a Fernando Piñuela en su cargo y éste a su vez propuso a Pilar Serrano como Vicedirectora, propuesta que también aprobó el Claustro en la sesión del 11 de septiembre de 1933, disponiéndose su nombramiento por Orden Ministerial del 8 de marzo de 1934. A pesar de todo, en poco tiempo volvería a ejercer funciones de directora como consecuencia del cese de Fernando Piñuela por su participación en la revolución de octubre de 1934. A partir de entonces ocupó la dirección de la Escuela Normal hasta ya iniciada la guerra civil (sesión del Claustro unido del 6 de noviembre de 1934), ejerciendo funciones que nada le eran extrañas y para las que tenía sobrada competencia.
También, sin mucho fundamento, sufrió la depuración republicana, siendo investigada y cesada (Decreto del 9 de septiembre de 1936). Su posterior rehabilitación confirmaría el error.
Pilar Serrano Rizo impulsó la actividad docente de la Escuela Normal superando la estricta obligación de formar a las futuras maestras, incrementando la divulgación cultural para beneficio de la mujer y acometiendo proyectos en provecho de la ciudadanía. Con su acertada visión y tesón en el trabajo, implicó a las distintas administraciones en pro de la Enseñanza Normal para dotar a sus alumnas de la mejor formación profesional y humana, imprescindible para llevar a cabo la responsabilidad que, tras su paso por la Escuela Normal, adquirían como tutoras de la Enseñanza Primaria que debían recibir las niñas para su mejor desenvolvimiento en la vida con mayores expectativas y oportunidades. Hizo gala de su buen hacer para sortear situaciones delicadas en las que, con finalidad política, se trataba de menoscabar la pérdida de derechos en la Enseñanza por cuestiones ideológicas, con la consiguiente afectación personal. Fue una firme defensora de lo propio, de pertenencia al Magisterio y se constituyó como baluarte de los derechos de las profesoras y de las alumnas de la Escuela Normal, un centro con idiosincrasia propia que sirvió como palanca de cambio y progreso en derechos, especialmente en igualdad, implicando a la cultura, al pensamiento y a la reflexión.