Iniciado el año de 1923, pervivía en la plaza de Melilla la tensión generada por la tragedia del desastre de Annual. Los rescoldos de la dramática pérdida de diez mil vidas en las agrestes tierras del Rif, conocieron un nuevo episodio con la asunción de responsabilidades penales. En el cuartel de Santiago esperaba el capitán Fernández Mulero, único miembro de la Aviación Militar juzgado y condenado.
Pío Alejo Fernández Mulero había nacido a centenares de kilómetros de allí, en Albacete, exactamente en Yeste, una pequeña localidad de la sierra de Segura, el martes 17 de julio de 1888. Se sumaba a la descendencia del matrimonio entre un topógrafo burgalés llamado Pío y la yestaña Juana Lucia. Sin tiempo para dar sus primeros pasos, con apenas tres años, la familia que había aumentado la descendencia a seis miembros sufrió un duro revés al perder a Araceli, la primogénita, con solo cinco años. Pío y Juana decidieron cambiar de aires trasladándose a la ciudad de Guadalajara.
Los Fernández Mulero se adaptaron perfectamente a la dinámica social de la capital alcarreña. La existencia de la Academia de Ingenieros inclinó a Andrés, el primogénito a tomar el camino de las armas, camino que continuó Pio en 1905, y Enrique en 1912, completando el cuadro de una familia carente hasta entonces de tradición castrense.
Heredó de su padre las dotes como dibujante y la afición por la tauromaquia, y quizá el vicio de fumar. El ingreso en la milicia respondió más a su inquietud vital y deseos de aventura, que a un exacerbado espíritu militar. No obstante, con el horizonte de la guerra de Marruecos, el teniente Fernández Mulero, pronto destacaría por su valentía y coraje, como demostró en la fatídica jornada del 7 de octubre 1911 en los combates del río Kert y en la toma del Tikermin, que le valió una de sus primeras condecoraciones.
Destacaba por sus habilidades en el arte de la esgrima, en el deporte del ciclismo, además de ser excelente tirador y buen jinete. Paradójicamente, se descubre en él una velada afición por el teatro que cultivará coincidiendo con su vuelta a Guadalajara en 1913, en concreto, a la Maestranza de Ingenieros. Entrará a formar parte del grupo de actores aficionados New Club interpretando un amplio repertorio de comedias, sainetes, etc., atreviéndose incluso con monólogos, sin rehusar el escándalo e invitando a la crítica.
En 1914, el ascenso a capitán implicó la perdida de destino que aprovechará para tomar contacto con mundos desconocidos como la aerostación y el ferrocarril. Influido por Andrés, realizó el curso de piloto aerostero regresando a Guadalajara y perfeccionado su faceta como actor esta vez en la sociedad Linares Rivas.
A Pío Fernández Mulero le atraía la idea de convertirse en aviador, aprobándose su solicitud para realizar durante seis meses el curso de piloto de aeroplano de 2ª, que concluyo satisfactoriamente en abril de 1917, para volver a su destino en el 1er. Regimiento de Ferrocarriles.
Coincidiendo con su 30 cumpleaños obtuvo el título de piloto de 1ª categoría pasando en 1919 a formar parte del Servicio de Aeronáutica. En el aeródromo de Cuatro Vientos, perfeccionó sus habilidades aéreas aprendiendo a convivir con la dura realidad de los riesgos inherentes al vuelo. Pero lejos de desfallecer, su implicación con la aeronáutica militar y también civil, le condujo a integrarse en la junta directiva del Real Aero Club de España (RACE).
La experiencia en el vuelo con los nuevos DH-4 será determinante para que el ministro de la Guerra lo designe para dirigir la 2ª escuadrilla de aeroplanos de Melilla. En el aeródromo de Zeluán se presentará en enero de 1920. A su mando respondía media docena de aparatos que aseguraban el dominio aéreo de toda la zona oriental del Protectorado, y la cooperación y el apoyo a las operaciones de tierra, sin descuidar su gran afición por las tablas.
En julio de 1921 las trágicas decisiones del general Silvestre alcanzaron a Zeluán con la aniquilación de la unidad. El capitán Mulero, como máximo responsable, fue juzgado y condenado a seis meses de cárcel por negligencia, manchando un expediente impoluto que acumulará sucesivos hechos brillantes que irán completando una envidiable carrera profesional.
Supuso un drama personal y la incomprensión de algunos compañeros de armas incapaces de exonerar un monumental y letal error; por el contrario, preferían ignorar el heroísmo demostrado en el bombardeo de Ben Tieb el 23 de julio, con serio riesgo para su integridad, y por el que recibió la Medalla Militar individual.
Fue desplazando las funciones puramente aeronáuticas por otras de corte protocolario en el seno del RACE, de muy variado signo que irán en aumento de modo inverso a las operaciones militares de combate, como la inauguración de las instalaciones de la Compañía Española de Aviación en el aeródromo de La Torrecica (Albacete), o la entrega de la bandera que el Servicio de Aviación regalaba al pueblo de Cártama (Málaga).
Deseoso de regresar a primera línea del frente, hubo de vencer fuertes resistencias de mandos muy críticos. Cuando volvió a pisar Melilla se hallaba en funcionamiento el nuevo campo de aviación de Tauima. Sería reintegrado al vuelo y premiado con la jefatura del Grupo de aeroplanos Bristol a cuyos mandos sobresaldría como el líder que siempre fue. Sirvan de ejemplo los sucesos del 7 de julio de 1925 cuando el Bristol 33 tripulado por los tenientes Alamán y Pérez del Camino, sufrió una avería tomando tierra precipitadamente en campo enemigo. Cuando se disponían a quemar el aparato inutilizado, el núm. 35 tripulado por Mulero y Calderón, tomaba tierra al lado para su rescatar colocándolos en los planos del aparato que, a consecuencia del sobrepeso y lo abrupto terreno, rompió una rueda quedando varado frente al enemigo. Mulero repartió las carabinas de dotación para su defensa hasta que la providencial aparición de las fuerzas de tierra, les salvó de una muerte segura.
Poco después se le concedió el ascenso a comandante que la unidad aérea celebró con una comida de hermandad exteriorizando los afectos y simpatías que despertaba entre sus compañeros aviadores.
Sin tiempo para el descansó participó en el desembarco de Alhucemas, siendo especialmente valorado entre los corresponsales de prensa que, por su dedicación y buen hacer, lo nombraron cariñosamente “periodista honorario”.
Con carácter accidental desempeñaba la jefatura de las Fuerzas Aéreas de Marruecos, que adquirirá un carácter permanente en 1927. La mañana del 16 de junio de 1927, con el objetivo de cubrir el avance al macizo de Yebel Alam, Mulero se lanzó contra los rifeños recibiendo una descarga que hizo blanco en el aparato; poco después, una segunda descarga le alcanzaría la cabeza perdiendo el conocimiento. El capitán Lloro, intentó recuperar el control tomando tierra abruptamente en el zoco El Jemis de Beni Aros. Lloro trasladó a Mulero malherido al hospital de sangre. Los sanitarios diagnosticaron “herida de arma de fuego con orificio de entrada por la cola de la ceja izquierda formando un surco profundo con fractura, y salida región frontal, de pronóstico grave.”
Amigos y compañeros dirigieron numerosos telegramas interesándose por el estado del heroico aviador al que hubo que realizar una trepanación de la que salió con vida pero todavía sin recobrar la vista del ojo izquierdo. El 10 de julio, el general Sanjurjo firmaba la orden general del Ejército en África en la que se notificaba la definitiva pacificación del Protectorado.
Aun convaleciente, se publicaba su ascenso a teniente coronel, siendo recibido como un héroe por el general Primo de Rivera, y por el rey Alfonso XIII que lo distinguió como Gentilhombre de Cámara.
Enterados en Yeste, se preparó un entusiasta homenaje acordando nombrarle hijo predilecto, dar su nombre a la calle Carnicería, donde nació; y abrir una suscripción popular para regalarle la llave de Gentilhombre de Cámara. En Madrid se presentó la obra Las aviadoras, dedicada a los aviadores españoles que Mulero, allí presente, agradeció en nombre de sus compañeros.
A los nueves meses volaba de nuevo, si bien las neuralgias y cefaleas persistirían obligando a periodos de reposo e ingreso hospitalario.
Con la amenaza rifeña controlada, emprendió tareas protocolarias que se dilataron de 1928 a 1930. Por efecto de las decisiones políticas un Real Decreto le retiraba el empleo de teniente coronel, que aceptó siendo degradado a comandante.
La inestabilidad política afectaba sobremanera al Servicio de Aviación. En enero de 1931 Mulero era cesado pasando a dirigir la Escuela de Mecánicos. Con la proclamación de la II República causó baja pasando a la jefatura de Parques y Talleres. Mientras se acrecentaba la división casi visceral entre los aviadores, Mulero mantuvo una postura apolítica que generaba recelos entre sus compañeros más ideologizados.
En mayo, aceptó el nombramiento como presidente de la Federación Aeronáutica Española (FAE). Decidido a popularizar la aviación tanto civil como militar, multiplicó las actividades aeronáuticas con novedosas propuestas como la Vuelta Aérea a España en aviones civiles; o la Gran fiesta de la aviación de Barajas, erigida como la más completa exhibición aérea celebrada hasta entonces en España.
Se sucederán los desencuentros y las denuncias de los obreros de los talleres de Cuatro Vientos de ideología manifiestamente republicana. En cambio, Mulero prefería volcarse en su cargo institucional asistiendo a cuantas actividades aeronáuticas requiriesen su presencia tanto en España como en Europa. Llegado 1933 le comunicaron su nombramiento como teniente coronel que nunca se llegaría a publicar; por el contrario, volverá a ser cesado pasando destinado a la Tercera Inspección General del Ejército.
Tras el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936, el ambiente se enrareció con frecuentes rumores sobre la amenaza de una sublevación militar que alcanzó al comandante Mulero que fue detenido; y liberado poco después al carecer de acusación formal.
La campaña de depuración se aceleraba con un nuevo cese paso previo a su definitiva baja en el Arma de Aviación, quedando reintegrado en su arma de origen en el Batallón de Zapadores Minadores núm. 1. La implacable persecución de que fue objeto en el ámbito militar, culminó en el campo civil con su exclusión de la FAE.
El acorralamiento del comandante Mulero conoció un curioso episodio la noche del 28 de junio. Cuando regresaba de Burgos, próximo a entrar a Madrid, la policía detuvo su automóvil conduciéndole a la Dirección General de Seguridad en calidad de detenido junto a sus acompañantes aviadores. La privación de libertad se prolongó hasta el 1 de julio, sin que nadie le informase de las razones de su privación.
Mulero evitaba las declaraciones en público y menos aún las de contenido político. En situación de disponible forzoso, sin mando y sin nada que le retuviera en Madrid, solicitó permiso al general Miaja para retirarse a la casa de sus familiares en Yeste, a pesar de conocer los trágicos episodios de mayo que costaron la vida a 18 personas y que se enmarcaban en el contexto generalizado de violencia y conflictividad previo al estallido de la guerra civil.
El golpe de Estado del 18 de julio le sorprendería en Yeste donde el día anterior celebró su 48 cumpleaños. Emparentado con las élites dinásticas yesteñas y forzado a tomar partido, apoyó a los sublevados que, tras el éxito inicial, acabarían cediendo siendo el municipio de Yeste el último de la provincia en rendirse el día 28. De inmediato, Mulero sería recluido en la Prisión Provincial de Albacete.
Transcurridos más de dos meses, el 2 de octubre solicitó por escrito su liberación. De manera inesperada, al día siguiente obtenía la ansiada libertad. Se albergó en el Gran Hotel donde reservó una habitación para asearse y descansar. Al oscurecer, fue arrastrado violentamente por varios compañeros de aviación que lo encerraron en un coche. Al amanecer del día 4 de octubre, se descubrió su cadáver en una cuneta de la carretera de Barrax a 4 km de Albacete.