Era de origen noble, hijo de Francisco Reguero Hevia, ministro jubilado del tribunal supremo, y de Mª Josefa Argüelles Valdés, hija del hermano mayor del famoso político liberal Agustín Argüelles. José tuvo al menos dos hermanos, Rosa y el condecorado militar Indalecio, así como una larga familia lejana de políticos liberales, algo no muy aconsejable para una próspera carrera eclesiástica. Estudió gramática castellana y latina en Villaviciosa y Humanidades en San Salvador de Valdediós. El entonces obispo de Zamora (1814) y después (1824) cardenal y arzobispo de Toledo, Pedro Inguanzo y Rivero, que era también asturiano y familiar lejano suyo por el lado materno de los Valdés, patrocinó su ingreso en el seminario de su diócesis, en el que concluyó los estudios de Filosofía. Más tarde se licenció en cánones en la Universidad de Salamanca (1832) y se habría doctorado poco después en la de Valladolid, pero esto es dudoso: en sus obras se llama a sí mismo solo licenciado.
Concluidos los estudios, ya presbítero y siempre bajo la protección de Inguanzo, arzobispo de Toledo, se trasladó a esta ciudad, donde fue beneficiado y racionero de su catedral y más tarde consejero del gobierno de la archidiócesis. Inguanzo era considerado el último eclesiástico por entero Ancien Régime (hasta el punto de no jurar obediencia a Isabel II y ser exonerado por ello de sus funciones arzobispales), este le permitió a su lejano pariente, no sin trabas, unas moderadas veleidades liberales en ese puesto (García Mijares afirma que Inguanzo protegía a cualquier asturiano por ser “de la montaña”, cuanto más a un familiar suyo). Pero eran aquellos tiempos revueltos para la iglesia española: desde los motines anticlericales de 1835 y la desamortización de 1836 hasta 1845, las relaciones Iglesia-Estado sufrieron una crisis muy honda por la cuestión de la dotación del clero y el reconocimiento de Isabel II; Roma no confirmaba los obispos preconizados por Madrid, no había siquiera en España nuncio apostólico y la autoridad civil se inmiscuía en la archidiócesis y dificultaba el cobro de las rentas eclesiásticas. Pero como en 1844 Austria admite por fin a Isabel I y no presiona ya a Roma para oponerse, se pudo llegar a un convenio firmado en 1845 en que Roma aceptaba de hecho (pero no de derecho todavía) al gobierno isabelino y aceptaba a los cuatro obispos preconizados a cambio de que el estado se comprometiese a financiar al clero. La nueva Constitución de 1845 lo ratificó haciendo al catolicismo religión confesional del reino.
En este contexto, agitado además por la guerra civil, pudo Reguero, tras la muerte de Inguanzo en 1836, darse a conocer al fin como escritor con su Apología del justo medio, discurso politico, calmante de exaltación, conciliador de estremados partidos: le dirije a un amigo y la ofrece al público (Toledo, 1836), libro que refleja el espíritu de concordia de un hombre liberal moderado (así se declarará más tarde en el prólogo de su Uranografía, de 1842) en plena Primera Guerra Carlista, pero también su amor al progreso científico (en astronomía ya heliocéntrico, como el canónigo polaco Copérnico, a quien tanto admiraba y que cita en el prólogo de la Apología). Esta obra consiste en una serie de cartas políticas dirigidas a un primo y cuñado suyo, con el que compartía desde joven en Asturias la afición a la astronomía. En ellas recomienda el liberalismo doctrinario o moderado como justo equilibrio entre el polo liberal exaltado y el de los absolutistas y carlistas.
En Toledo declaró que sus labores eclesiásticas apenas le dejaban tiempo para profundizar en el estudio de su gran pasión, la astronomía; en plena regencia de Espartero publicó al fin su Uranografía vulgar (1842), un tratado sobre esta materia que le reportó gran fama, hasta el punto de que le dieron la cátedra de matemáticas en el recién nacido instituto de segunda enseñanza de Toledo; también fue vicerrector del mismo, y profesor de historia y geografía en el entonces llamado Colegio General Militar de la ciudad, al menos en 1847, según De Sotto; pero ya no lo era en 1850. Publicó también tres tomos de una Astronomía física, (1851-52), en realidad una ampliación en detalle de su obra anterior, esta vez con láminas, que ya tenía escrita en 1845, como indica en el prólogo (p. 7): esta es la exposición de todo su saber en el tema.
Siempre sometido a estrecheces económicas, da a entender en sus obras (hasta el punto que era posible decirlo), que era hostigado por el sector tradicionalista y retrógrado del clero, quién sabe si por sus apellidos maternos. Como el Concordato de 1851 había suprimido la clase de los racioneros, le dieron una canonjía capitular en 1852 que desempeñó poco tiempo, pues falleció el 5 de noviembre de 1853, pasados ya sus cincuenta años.
Cita en su Uranografía, cronológicamente, una biblioteca astronómica formada por Hiparco, Ptolomeo, Copérnico, Galileo, Kepler, Newton; Cassini, Flamsteed, La Caille, Bayer, Delambre, Lalande, Laplace, Pontécoulant, Biot, Francoeur, Bailly, Arago, Lecoq, Quetlet, Antillon, Graulhie y Ferguson, entre otros. Estimaba en especial la traducción francesa (1835) por Cournot del Tratado de astronomía de John Herschel (1835), el hijo de William. Compiló apuntes de estos y otros autores y los actualizó (Uranografía, p. 11), pero, no pudiendo financiar la obra con su escaso peculio, y sin apenas mecenas o suscriptores interesados, tuvo que reducir los tres volúmenes ilustrados que proyectaba a uno solo, aun así muy extenso, pero sin las láminas indispensables; entre 1850 y 1851 logró al fin imprimir su proyecto primitivo en tres tomos bajo el título de Astronomía física, en cuya “Advertencia” liminar dejó a la posteridad muy amargas palabras sobre la “mala estrella y peor fortuna” que tenían que atravesar los que como él sustentaban ideas modernas y científicas en la Iglesia.
En su Uranografía formula y explica diversos conceptos astronómicos: el principio de la gravitación universal, el paralaje… Describe los movimientos de la mecánica celeste según la física de Newton. Utiliza el sistema de medidas francés, que es el más extendido en la materia, para los grados, pero explica también el español, el portugués y el inglés. Describe también el sistema solar y las masas, órbitas, satélites, proporciones y radiación solar recibida de sus entonces siete planetas (todavía se discutía si el último debía llamarse Urano o Herschel), así como de los cuatro asteroides Vesta, Juno, Ceres y Palas. Asimismo, la apariencia, curso y duración de las manchas solares, y distintas observaciones históricas; las fáculas o eyecciones solares y las teorías sobre ellas de distintos astrónomos, incluido Wilson. El aspecto “granuloso y eléctrico” de la superficie del Sol y su importancia para la vida etc.
Informa de las dos teorías corpuscular y ondulatoria sobre la emisión de la luz, del origen eléctrico y solar de las auroras boreales, etcétera. Afirma que no vulnera la religión la posible existencia de otros seres vivos o pensantes en los cuerpos celestes, y se muestra partidario de la misma; también da las causas de los eclipses, mareas, epactas y lunaciones, etcétera. La obra expone igualmente los tipos de cometas, estrellas y constelaciones y se acompaña de 20 tablas sinópticas (menciona otras varias extranjeras y lamenta que las excelentes elaboradas con el método del semiverseno inventado por el español José de Mendoza y Ríos, 1795, sean inencontrables). Agrega además un glosario y un apéndice con las biografías de los cuatro astrónomos antiguos más importantes: Copérnico, Kepler, Galileo y Newton. Como de paso, refiere las temperaturas mínimas, máximas y medias de las diversas estaciones en Toledo (p. 419). Su prosa es siempre clara, didáctica, exacta; un divulgador científico de primera clase.
No menciona el muy reimpreso tratado de Francisco Verdejo Páez (1818), su predecesor en la materia, quizá porque fue un notorio anticlerical; el caso es que el padre de este fue un matemático conquense, a su vez de padre daimieleño, Francisco Verdejo González, amigo de Godoy, catedrático de Matemáticas de los Reales Estudios de San Isidro y autor, entre otras obras, de los dos tomos de un Compendio de matemáticas puras y mixtas (Madrid, 1794) que sustituyó al manual de Benito Bails.
En los dos volúmenes de La Religión y las Ciencias, o sean, principales puntos de contacto de la religión con las ciencias en general y especialmente con la Astronomía (1843) la blandura de Reguero con los científicos y pensadores ateos (Holbach, Dupuis) y deístas (Volney, etc.) le supuso duras críticas por parte de los eclesiásticos reaccionarios partidarios de la “conjura de los filósofos” de Barruel, cuanto más los carlistas; por ejemplo, en una recensión publicada en la revista La Censura (núm. 51, septiembre de 1848, pp. 401-404)
Las máximas y verdaderos principios del derecho público canónico… (1838) es un curioso tratadito, elaborado con la intención de congraciar jurídicamente al estado liberal con la iglesia en el tiempo en que no había concordato, inspirándose en la doctrina agustiniana de las dos ciudades y en la separación entre iglesia y estado que hizo el mismo Cristo.
Obras
- Apología del justo medio: Discurso político, calmante de excitación, conciliador de extremados partidos, lo dirige a un amigo y lo ofrece al público el licenciado… (Toledo, 1836).
- Brevísimas reflexiones sobre el discurso que, contra la intolerancia de cultos religiosos, pronunció un ilustre diputado en la sesión de Cortes el 13 de diciembre de 1836 (Toledo: Imp. de don J. de Cea, 1837).
- Máximas y verdaderos principios del Derecho público canónico que sirven de bases preliminares al Tratado y concordia entre el Sacerdocio y el Imperio (Toledo: Imprenta de don J. de Cea, 1838).
- Uranografía vulgar, ó sea representación clara y palpable del mecanismo celeste, con una breve idea de la constitución física del sistema planetario, y una compendiosa descripción de la astronomía sideral: puestas al alcance de todos con el recurso de comparaciones comunes y ejemplos familiares. Toledo: Imprenta de don J. de Cea, 1842.
- La Religión y las Ciencias, o sean, principales puntos de contacto de la religión con las ciencias en general y especialmente con la Astronomía (Madrid: Impr. y casa de la Unión Comercial, 1843), 2 vols.
- Astronomía física. Nociones de esta ciencia sublime, dirigidas a ponerla al alcance de todos, y á preparar al estudio elemental de la misma. Madrid, Imprenta del Semanario e Ilustración, tomo I: 1850; tomos II y III, 1851, 672p. + 638p. + 397p. 7 láminas plegadas.
Bibliografía
- ABEPI. Archivo Biográfico Español e Iberoamericano: II 756, 175-177.
- De Sotto, Serafín María, conde de Clonard, Memoria histórica de las academias y escuelas militares de España, con la creacion y estado presente del Colegio General establecido en la ciudad de Toledo. Madrid: Imp. de D. José M. Gómez Colón y Compañía, 1847.
- Dufour, Gérard, “Las relaciones Iglesia-Estado del Concordato de 1753 a la Revolución de 1868”, en VV. AA. Religion y sociedad en España (siglos XIX y XX), Paul Aubert (éd.), Madrid: Casa de Velázquez, 2002, pp. 11-19.
- García Mijares, Manuel, Apuntes históricos, genealógicos y biográficos de Llanes y sus hombres. Torrelavega: Establecimiento Tipográfico de «El Dobra», 1893 y Llanes: El Oriente de Asturias, 1990.
- Pérez Pastor, Cristóbal, La imprenta en Toledo: descripción bibliográfica de las obras impresas en la imperial ciudad desde 1483 hasta nuestros días. Madrid: Imp. y Fundición de Manuel Tello, 1887.