Pilar Rius de la Pola pertenece a una familia de intelectuales de Tarancón de gran peso cultural y político en tiempos de la II República. En la actualidad vive en México, rodeada de la familia que formó en el exilio, jubilada de su actividad docente en la universidad mexicana, donde impartía clases de Química Teórica.
El interés por recuperar la memoria de esta familia va creciendo con los años: tesis doctorales, festivales de folclore que llevan el nombre de Rius Zunón, homenajes en Tarancón y calles y bibliotecas con su nombre, etc. A lo que hay que sumar la fuente más directa, las memorias que Pilar escribió en 2019 con el título de Cantos Rodados. Memoria de un exilio que gané y de una guerra que aún no gano.
La autora confiesa que escribió este libro para que las generaciones siguientes a la suya conocieran su verdad, dado que los vencedores, como recuerda citando a Azaña, impondrán una versión distinta de los hechos: “La historia de la contienda de los que asesinan en nombre de Jesucristo… será una gigantesca mixtificación”. La cita refleja su reivindicación de la memoria histórica de un tiempo, el de la República y la guerra civil española, que los vencedores de esa guerra han tergiversado. Pilar, con su verdad, su interpretación de los hechos, y sus recuerdos, impondrá una versión doblemente interesante por partir de una persona que los vivió en el bando de los represaliados, los obligados a exiliarse para salvar sus vidas, y por ser el punto de vista de una mujer.
En los últimos años, con la recuperación de la memoria de las mujeres intelectuales, escritoras y artistas, de esta época convulsa marcada por la guerra civil, la figura de Pilar ha aparecido en el documental titulado Las sinsombrero. El exilio, tercera parte, dirigido por Tania Balló, Manuel Jiménez y Serrana Torres, emitido en TVE el 7 de marzo de 2021. En él, Pilar es entrevistada junto a la hija de Concha Méndez, de Carlota O´Neill, Luisa Carnés, Silvia Mistral, y amigos y familiares de tantas escritoras que se tuvieron que exiliar para salvar sus vidas, para dar testimonio de aquello que vivieron. En su libro de memorias, Pilar confiesa lo dura que fue su llegada y lamenta que se nos haya privado a las mujeres españolas de esta genealogía femenina de mujeres intelectuales, artistas y escritoras, del exilio. También habla del desencanto que sufrieron cuando vieron rotas sus esperanzas de regresar: “Preparamos las maletas para volver cuando los aliados llegaron a Europa. Había desaparecido Hitler, desapareció Mussolini, creíamos que le quedaba poco tiempo a Franco. Pero no fue así y tuvimos que quedarnos”. Pero poco a poco se fueron acomodando y echando raíces en su nueva patria, hasta que, en su caso y en el de muchas otras exiliadas, “llegó el final feliz de un comienzo trágico”. Tan trágico que hubo quien se negó a volver, como Carlota O´Neill que dijo: “México fue mi madre, España mi madrastra”.
Tampoco pudieron volver algunos familiares de Pilar, aunque nunca perdieron sus raíces con España ni con Tarancón, su patria chica. El matrimonio de José María Rius y Herminia Zunón, originarios de Lérida, llegaron al pueblo conquense de Tarancón a fines del siglo XIX. Tuvieron 9 hijos entre 1892 y 1914, todos ellos intelectuales y dedicados a las distintas artes, literatura, pintura y otras artes plásticas. El mayor José, poeta; Carlos, el padre de Pilar, pintor; Herminia, poeta; Luis, el más conocido por su significación política, también poeta; María Pilar, poeta y pintora; Antonio, además de poeta, músico; Carmen y Manuel, también poetas; y por último, Enrique, el más pequeño, que, además de poeta, fue pintor. José Rius, en aquella fecha tan temprana de fines del siglo XIX, creó en este pueblo manchego un centro educativo, único en la zona, al que vendrían a educarse, en régimen de internado, alumnos de pueblos cercanos: Horcajo de Santiago, Barajas de Melo, Huelves, etc. y otros no tanto, como Mota del Cuervo o Campo de Criptana. Una institución pionera, el colegio Riánsares, con una metodología nueva, fruto de las ideas krausistas, que veían la importancia de despertar la creatividad y el espíritu crítico en los alumnos. Tanto los hijos como las hijas de la familia se beneficiaron de esa educación, así como de la incorporación de las artes en las enseñanzas que se impartían.
El padre de Pilar, Carlos Rius Zunón, destacó por su actividad educativa como director del colegio Riánsares. El nombre se debía al edificio que ocupaba, un palacio construido por la reina María Cristina, a mediados del siglo XIX, una vez viuda de Fernando VII, para vivir con su segundo marido, el taranconero Fernando Muñoz, pariente de los Rius.
Pilar se explica el anticlericalismo de su padre, y de la mayor parte de su familia paterna, por un hecho ocurrido en su familia, protagonizado por un tío suyo, don Marcos, hermano de su bisabuela, que era sacerdote. El mismo que casó a otro pariente, al capitán Muñoz, con la reina Maria Cristina, una vez viuda del rey Fernando VII. Este clérigo administraba las propiedades de la familia y se iba quedando con tierras y fincas que, a su muerte, no dejó a sus esperados herederos, sino a la hija natural de una feligresa, “en cuya casa solía merendar chocolate con picatostes”. De esta manera irónica, deja entrever el origen, mantenido en secreto, de esta hija del cura.
Otro dato significativo que se cuenta en el libro es el de la profesión de la madre, farmacéutica de Tarancón, una de las pocas mujeres que accedió a la universidad en esta época. María de la Pola ejerció su profesión como propietaria de la farmacia del pueblo, en los años 20. No sólo la familia del padre practicaba el espíritu libre y renovador de la enseñanza, también la de la madre. En la vida de ambos se ve la presencia de la Institución Libre de Enseñanza, creada por Giner de los Ríos, que se diseminó por toda la geografía española con la creación de institutos en los que se daba una educación que fomentaba pensamiento crítico, tolerancia y la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Lo que permitiría el acceso de estas mujeres a la formación académica y profesional. Las hijas de los Rius Zunón estudiaron el Bachillerato e hicieron sus carreras, lo mismo que sus hermanos.
Volviendo al libro de Pilar, tan interesante como las vicisitudes de su exilio son las experiencias personales que cuenta, que tienen el valor añadido de ser memorias de mujer, un género tan poco abundante en nuestro país, no muy dado a las memorias, y menos aún, a las femeninas.
La autora, que se confiesa feminista, trata dos aspectos biográficos que reflejan una problemática muy común a otras mujeres: la relación con la madre y con el marido, la dificultad, o el sobreesfuerzo, de conciliar la vida familiar y la profesional y el afán conciliador. Muy propio de las mujeres esto de conciliar posturas divergentes y anteponer el amor, los cuidados y las relaciones personales a la ideología política.
En el prólogo, la escritora Mónica Lavín habla de la disparidad ideológica de los cónyuges, que no ha sido óbice para mantener su matrimonio a lo largo de los 55 años. El marido era un falangista vasco, Imanol Belausteguigoitia. De ideología de derechas, pero de familia republicana, fusilados por Franco (una tía suya monja escondía izquierdistas abertzales, perseguidos por la policía franquista, en el convento de las Mercedarias de Berriz).
Su madre, María de la Pola, necesitaría una biografía por sí sola. No sé cuántas farmacéuticas habría en esta época en España, seguro que se podrían contar con los dedos de una mano. Pilar la relaciona con otras mujeres de su generación, las Sin sombrero, aquellas pioneras del feminismo que se reunían en el Lyceum Club de Madrid, fundado por María de Maeztu en 1926 o se alojaban en la Residencia de Señoritas, emulación de la Residencia de Estudiantes en la que se alojaron García Lorca, Buñuel, Dalí, Alberti y tantos otros de su generación, llamada del 27, de la que los libros de texto hablan por extenso.
María de la Pola, la madre, terminó la carrera de Farmacia en 1925, el mismo año en que Victoria Kent entraba en el Colegio de Abogados, y un año antes de la creación del Lyceum Club, frecuentado por Margarita Nelken, Zenobia Camprubí y muchas otras mujeres republicanas, con las que se relacionaría más tarde, en el exilio.
Pilar recuerda las canciones infantiles que luego recopilará su tío Luis Rius Zunón en México. Ella le ayuda a recordar melodías y letras. Recuerda que su abuela materna, la madre de doña María de Pola, la farmacéutica, tenía un piano y le enseñaba a cantarlas.
El título de su libro, Cantos rodados es una bella metáfora que le sirve para traer a la memoria el río Riánsares. Dice: “Hay en mi pueblo de la Mancha Alta, camino de la ermita, un riachuelo que los taranconeros han bautizado con el nombre de la Virgen, el río Riánsares. Es apenas un arroyo lleno de pedruscos, algunos peces, y cangrejos que yo recogía de niña en una cesta cuando íbamos a merendar con la tortilla de patata a la huerta de los hilos -debe haber sido la huerta de los silos, pero ya se sabe, los manchegos tenemos fama de ser duros de oído. Recuerdo la cesta de mimbre… En esta cesta escondí la cabeza del Sagrado Corazón que estaba en mi cuarto, la noche en que quemaron los santos y mataron a los hacendados en Tarancón”.
Los recuerdos felices de su infancia en Tarancón se intercalan con los más infaustos, los de la guerra civil y los años primeros de su exilio, primero en el sur de Francia, luego París y Holanda, hasta que su familia consigue embarcar a México. Estos primeros años está llenos de trabajos, penalidades, como las de miles de exiliados. Después la zozobra en ese barco, que si es interceptado puede llevarlos a la muerte, pero que, felizmente, los lleva al país que acoge a los republicanos españoles con solidaridad, que valora la inteligencia y conocimientos de estos emigrantes. En el país de acogida, los exiliados crean editoriales, revistas literarias, colegios y un sinfín de organizaciones culturales de las que se benefician, tanto los que llegan como los nativos: Colegio de España, editorial Fondo de Cultura Económica, la Academia Hispano-mexicana, donde daban clase multitud de catedráticos exiliados, entre ellos su padre.
“Desde mi sillón, en mi ciudad (se refiere a la de México), cierro los ojos y veo pasar mi infancia. La plaza de Tarancón, la tienda de los notarios, la zapatería y el palacio de los duques donde mis abuelos abrieron el colegio Riánsares”. Recuerda la España culta, una España que, según sus palabras, “encerraba el futuro con decisión y confianza”, la de las Misiones Pedagógicas que iban por los pueblos creando bibliotecas, recitando romances, dando conferencias, llevando la novedad del cine y representando obras de teatro. Recuerda los poemas y romances tradicionales que le enseñaba su padre, los poemas de Lorca y de Juan Ramón Jiménez, al burro de Platero y yo… A su abuela, que tocaba el piano para que ella bailara y le compraba rosquillas de anís de la Máxima; el cerquipark de Tarancón, donde había baile, el arroz de muchachillos con ajo y aceite de oliva, la gaseosa de La Bolita, que podían beber en las fiestas…. “Al mismo tiempo que la República iniciaba su proyecto gigantesco de educación, se iniciaba la mía”, escribe. Vemos La Mancha, otra vez, en esa interpretación de los exiliados como nuevos quijotes que aprecian sobre todo la libertad, “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos…”. La imagen de don Quijote y unos molinos de viento será lo último que quite de su despacho en la universidad cuando se jubile. Le han acompañado en toda su trayectoria vital en el país donde confiesa que ha echado raíces, allí se casó, allí nacieron sus hijos, y allí reside casi toda su familia y amigos. Su exilio, a diferencia del de otros muchos, puede decirse que fue afortunado. A pesar de las dificultades económicas de los primeros tiempos, los mayores pudieron desarrollar sus carreras, los más jóvenes, adquirir una formación académica excelente y rodearse de lo más granado de la intelectualidad española, en el exilio, como ellos: Pedro Garfias, León Felipe, Luis Cernuda, Luis Buñuel, Max Aub, María Zambrano, y tantos otros poetas compañeros de su tío Luis y de su primo.
Peor suerte tuvieron los que se quedaron, su tío Rafael y demás parientes que estuvieron presos en Uclés, los que emigraron a Francia y fueron retenidos en campos de concentración o los que fueron fusilados.
Si bien hay en el libro otros recuerdos de la guerra más alegres, los de la niña que estrena libertad porque los adultos están pendientes de otras cosas: la alegría de los milicianos que pasaban por Tarancón y le enseñaban canciones del Frente, o el paso de las Brigadas Internacionales. Alegría que se interrumpe después, con la llegada de la columna Del Rosal, para dar paso al miedo. Estos llamados “anarquistas”, con sus desmanes, provocaban el terror en la población: la destrucción de imágenes y de iglesias, requisa de elementos religiosos y asesinatos de curas o sospechosos de serlo. Recuerda que su padre tenía una Biblia que entregaron por miedo a represalias, también rosarios y una imagen del Sagrado Corazón al que se le cayó la cabeza y escondió en una cesta.
La vida en Tarancón dejó de ser segura para ellos y decidieron marcharse. A fines del 36 llegan a Normandía su madre y ella. Sus primos Luis y Elisa ya estaban allí, habían salido clandestinamente junto a su madre, con un pariente francés de la esposa de uno de los Rius. Se alojaron en el internado de madame Biquet, en Tornaville, cuñada de este pariente. Su padre, Carlos Rius Zunón, trabajaba en el muelle de estibador y por la noche pintaba calendarios para venderlos en la plaza. Su madre, que da a luz por esas fechas, y su tía, Manolita, la esposa de Luis Rius Zunón, se ocupan de las tareas domésticas y cuidado de los niños. Estas mujeres que no se había ocupado nunca de estas tareas, ahora, hasta le sangraban las manos de lavar la ropa en el río. Pero a los niños las penurias les afectaban menos, aprendían francés, jugaban y recitaban romances y canciones de Lorca, Alberti y los populares de Tarancón, recopilados, más tarde, por su tío Luis.
En 1937 se fueron a París, donde una firma española, Campsa, dio trabajo a su padre. La bandera republicana ondeaba en el pabellón español de la exposición internacional de aquel año y todavía había esperanza de regreso. Volvió a ir a misa con su madre y ella hizo la primera comunión. La invasión de Polonia y la declaración de guerra a Francia los obligaron a huir hacia Holanda, que era neutral todavía. Desde un puerto holandés embarcarían en el Statendam hacia México. Tuvieron suerte, a los pocos días de zarpar, Hitler invadió Países Bajos. Su libro de memorias termina con unos versos del poeta Pedro Garfias, que reflejan cómo fue su exilio:
España que perdimos, no nos pierdas;
Guárdanos en tu frente derrumbada,
Conserva a tu costado el hueco vivo
De nuestra ausencia amarga.
Y otros de su primo Luis, al que llama hermano primo, también sobre el exilio (p. 61)
Llegó aquí y ha muerto
un día cualquiera,
en cualquier momento,
antes o después,
pero no a su tiempo.
Él iba a otro mundo,
lo desvió el viento.
Este primo, el escritor más famoso de la familia, muerto prematuramente, en México, hizo carrera allí como escritor, poeta y profesor de la Universidad Autónoma de México. Ella tomó un camino diferente, aunque tenía vocación para las Letras, estudió Ciencias. Por el notable desempeño de su labor docente, recibió el premio Sor Juana Inés de la Cruz, del que se confiesa muy orgullosa.