Este escultor valenciano, numerario de la Real Academia de San Carlos y secretario de la Escuela de Artes de Toledo poco antes de la Guerra Civil, es uno de los fundadores menos conocidos de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. Muestra de su talento son algunas piezas desperdigadas por la ciudad, como las placas en homenaje a Rafael Ramírez de Arellano y Luis Tristán (instaladas en la Plaza Marrón y la Bajada del Barco en 1922 y 1924, respectivamente), un busto del comandante Villamartín inspirado en el monumento de Benlliure (que conserva el Museo del Ejército y que fue portada de la Revista de Historia Militar en 1983) y quizá la más valiosa de todas: una semblanza del Cardenal Cisneros en yeso que es propiedad de la Real Academia toledana y que preside su pequeña colección artística de la Calle de la Plata.
Natural de Barcelona, donde nació el 2 de enero de 1886, Rubió se trasladó con su familia pocos años después a Valencia. Allí ingresó tempranamente en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos. También lo hicieron dos de sus hermanos, Rafael Rubió Rosell, quien años después se convertiría en un importante escultor valenciano, y Robustiano Rubió Rosell, que será correspondiente de la Real Academia toledana en Buenos Aires.
Obtuvo varios premios y menciones académicas desde muy joven, al menos desde 1900. Una década después obtendría una medalla de segunda clase en la sección de escultura de la Exposición Nacional de Bellas Artes celebrada en Madrid en 1912, y la primera medalla en la Internacional de Barcelona de 1913. Fruto de aquellas experiencias fueron piezas como Oración y sueño, Puesta de Sol y El Hombre, un busto de niño destacado por su notable estudio del natural.
El 28 de junio de 1913 comenzó su vinculación con Toledo, al conseguir plaza como profesor en la Escuela de Artes y Oficios. Su labor en aquellos momentos fue bastante activa, participando en nuevas exposiciones en Madrid y Panamá, aunque no conocemos la mayoría de sus trabajos. Sí tenemos constancia de su actuación en el retablo mayor de la parroquia de Santo Tomé y bustos como los del ceramista Sebastián Aguado y el general José Villalba, que se conserva en la Academia de Infantería.
En 1916 contribuyó a la fundación de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas. Permaneció en ella como numerario hasta 1928, reincorporándose después en 1935. Algunos años después, finalizada la guerra, abandonaría Toledo definitivamente para establecerse en Valencia, donde se convertiría en profesor y luego director de su Escuela de Artes. No obstante, su legado en la ciudad del Tajo se mantuvo gracias a discípulos como Cecilio Béjar.
Miembro de la Real Sociedad Económica de Toledo y académico de San Carlos de Valencia, en esta ciudad se conserva uno de sus escasos ejemplos de escultura urbana: un busto largo del también escultor Damián Forment, que preside la plaza que le está dedicada (y para el que Robert Rubió se inspiró en un supuesto autorretrato del retablo mayor de la Catedral de Huesca).