El nombre de Sixto Ramón Parro está indisolublemente ligado a su ya más que centenaria y casi única obra escrita, Toledo en la mano, cuya celebridad ha llevado a que la vida del autor quedase prácticamente ignorada. La publicación de su biografía por parte del investigador Francisco García Martín, toledano de adopción como él, ha permitido conocer a un abogado, propietario y funcionario provincial miembro destacado de la reducida camarilla mesocrática que controló férreamente la vida institucional de la ciudad al servicio de quienes detentaron el poder en el país entre 1833 y 1868, durante el régimen isabelino, a excepción de los cortos períodos de gobiernos progresistas presididos por Baldomero Espartero de 1840 a 1843 y de 1854 a 1856.
Nació el 28 de marzo de 1812 en el seno de una familia de medianos propietarios del pueblo toledano de Villacañas. Tanto la de su padre, Justo Ramón Parro, jurista de formación y abogado de los Reales Consejos, que iba a fallecer en 1835, cuando Sixto Ramón iniciaba su actividad profesional, como la de su madre, Isabel Manuela Gabina Simón, pertenecían al grupo de notables ilustrados que ocupaban de manera continuada los diversos cargos de la administración local. De allí pasaría pronto a la capital provincial a fin de completar su formación y hacer carrera.
Siguiendo la tradición familiar, realizó estudios literarios y jurídicos, culminados en 1833 en la universidad entonces existente en Toledo donde, previo pago de la elevada cantidad de dinero exigida, obtuvo una licenciatura en Leyes. Ese mismo año le fue expedido el título de abogado y en 1838 participó en la fundación del Colegio de abogados toledano, institución en la que ocupó el cargo de tesorero entre 1840 y 1843 y de la que fue nombrado decano en 1846. No se puede decir, sin embargo, que ejerciera la abogacía tal como el oficio se entiende habitualmente. Era una profesión que permitía intervenir, como jurisconsulto, “en casi todos los negocios públicos y la mayor parte de los privados” y disponer de influencia, como él declaró. Tales debieron ser, según muestra su trayectoria personal, los objetivos que a lo largo de toda la vida persiguiera y que fue alcanzando a la sombra de personas de mayor ambición y relevancia –los gobernadores civiles Toribio Guillermo Monreal, su cuñado, y Félix Sánchez Fano o Manuel María Herreros, lugarteniente provincial del líder nacional integrista Cándido Nocedal– que lo sostienen, lo introducen en las más diversas instituciones toledanas, por designación o cooptación, y lo encumbran, como miembro del partido en el poder, en un sistema establecido al servicio de los intereses oligárquicos de hombres de negocio, terratenientes o financieros y de la Iglesia gestionados desde la capital del país.
Nada más titulado y tras contraer en 1835 matrimonio con la hija de un influyente abogado, Petra Nolasco de Medina, de quien tuvo su única hija, se sirvió de sus contactos para ingresar como profesor sustituto de jurisprudencia en la Universidad, donde ejerció hasta que le alejaron de ella, antes de su desaparición en 1845, los compromisos políticos asumidos, y en 1837 ingresó en la Sociedad Económica de Amigos del País, de la que fue elegido presidente en 1839. Su carrera política dio, a su vez, comienzo con el nombramiento como síndico municipal en 1842. Ocupaba ese cargo cuando, en julio del año siguiente, prestó apoyo al pronunciamiento contra la regencia del general Espartero y fue incorporado a la junta de gobierno provincial formada a raíz del acontecimiento, lo que dio pie a que en 1844 fuera designado candidato a diputado en Cortes dentro de las listas urdidas por el partido moderado dirigido por Pedro José Pidal y Ramón María Narváez, presidente del Consejo de Ministros, y nombrado vocal de la Comisión científica y artística de la provincia, luego transformada en provincial de monumentos históricos y artísticos, en la que se mantuvo hasta poco antes de su muerte, acaecida el 5 de septiembre de 1868.
Dos años después de ocupar escaño en el Congreso, donde apenas intervino, volvió a Toledo como vicepresidente del Consejo provincial, del que ya en 1845 había sido nombrado miembro. En calidad de tal, asumió también en ocasiones el gobierno de la provincia antes de hacerse cargo, entre 1848 y 1850, de la alcaldía de la ciudad, que abandonaría empujado por las críticas ciudadanas a su gestión.
Fueron solamente algunos de los múltiples cometidos políticos, según su propia calificación, o administrativos que asumió. Fue ante todo gestor institucional y funcionario provincial del Estado español tal como éste se constituye en la primera mitad del siglo XIX en torno al Partido Moderado, cuyos jefes provinciales eran reclutados entre “empleados y dependientes del gobierno”, caso de Parro, que actuaban como meros transmisores del círculo parlamentario madrileño.
Desde que en 1836 es nombrado coasesor de Hacienda y fiscal de imprenta, y fiscal de la subdelegación provincial de rentas posteriormente, cargo del que fue destituido en 1841 por su colaboración en un intento de golpe de Estado contra el general Espartero, hasta ser elevado a la categoría de contador o interventor del ramo en 1864, con la que se jubila dos años después, a los 52 de edad, concentró su actividad profesional en las oficinas del gobierno civil y de la Administración provincial. Eran el lugar de encuentro para cuantos “vecinos y forasteros” se ocupaban de negocios, como puso de manifiesto en su Toledo en la mano, y de esos contactos se sirvió para escalar y obtener el perseguido protagonismo.
Cesará su participación directa en la política meses antes de la salida de Narváez de la presidencia del gobierno. Solo volverá a ella brevemente cuando su principal mentor Pedro José Pidal recupere protagonismo en 1856, tras el bienio progresista. Será entonces designado diputado provincial por Navahermosa y nombrado de nuevo consejero provincial. Fueron siete años de inactividad política que aprovechó para redactar Toledo en la mano. Dedicó la obra, publicada en 1857, a la descripción pretendidamente completa de los “monumentos y preciosidades” de la ciudad, en particular los de origen arzobispal o eclesiástico, con el objetivo de demostrar que la ciudad era ante todo un “museo digno” de ser visitado y estudiado por “toda persona curiosa e ilustrada”.
La presentación de Toledo como museo presidido por su “magnífica catedral” guardaba relación con la visión que tenía de la población. Afirmaba que no era sino la “capital civil de una provincia de segundo orden”, una ciudad muerta cuyo único interés residía en las supuestas glorias heredadas de su pasado y la realidad de cuyo presente, al que daban la espalda tanto él como los hombres de la capa social a la que pertenecía, se le figuraba carente de todo interés. Incluso rebajó su categoría a ciudad “de tercer orden” en su Compendio de Toledo en la mano, síntesis que publicó poco antes de fallecer. Una y otra obra eran el fruto de un continuo acceso privilegiado a los archivos catedralicios, eclesiásticos y municipales merced a su posición al frente de instituciones como la Comisión provincial de monumentos o en el Ayuntamiento. Jerónimo López de Ayala, vizconde de Palazuelos, resaltó en su día que hay en el libro “mayor copia de datos que en los que le habían precedido y le siguieron”. El consistorio toledano así lo entendió para, el 27 de octubre de 1897, dar su nombre a la calle, antes llamada de la Tripería, donde tuvo su último domicilio por haber “contribuido poderosamente a que se conozcan con todos sus detalles los monumentos de esta capital”.
Bibliografía:
- CASTILLO, José Luis del. “Sixto Ramón Parro: el erudito local”; “Sixto Ramón Parro: el funcionario provincial”; “Sixto Ramón Parro: el agente político”. En ABC Castilla-La Mancha. Toledo: 30 de mayo, 11 y 25 de julio de 2022.
- COBO, Jesús. “Sobre una carta de Parro”. En Archivo secreto. Revista cultural de Toledo, nº 1. Toledo, 2002. Págs. 172-194.
- GARCÍA MARTÍN, Francisco. Sixto Ramón Parro (1812-1868), Toledo, Editorial Ledoria, 2022.
- LARRIBA, Miguel. “Sixto Ramón Parro: despojos de gloria, sueños de grandeza”. En Toledo, la ciudad de la memoria. Vol. II, Toledo, Editorial Tendencias. Diseño y comunicación, 2007. Págs. 398-420.
- PEDRAZA RUIZ, Esperanza. “Biografía de don Sixto Ramón Parro”. Introducción a S. R. PARRO, Toledo en la mano, Edición facsímil, Toledo, I.P.I.E.T., 1978.
- PORRES MARTÍN-CLETO, Julio. Abogados toledanos, Toledo, Colegio de abogados, 1988. Págs. 18-21.