Sor Patrocinio es el nombre que adoptó al entrar en la orden religiosa María Josefa de los Dolores Anastasia de Quiroga Capopardo, lo de “monja de las llagas” el apelativo por el que se la conocía popularmente, debido al difundido milagro de que se reproducían en sus manos, pies y costado las mismas llagas de Jesucristo.
Eran muchos los creyentes en la intervención divina en tales heridas de la monja, desde el pueblo a la reina. Tenemos el testimonio de Isabel II, su declaración firmada en 1903, en la que dice que de tales llagas emanaba la sangre, pero que la monja, tan discreta y humilde, llevaba siempre mitones en sus manos para ocultarlas. La reina, como la mayoría del clero y católicos de su tiempo, consideraban las llagas una muestra de su santidad, un sacrificio que Dios aceptaba, como había aceptado el sacrificio de Jesús en la cruz, para redención de los pecados de los hombres. Los que no aceptaron el milagro fueron los políticos progresistas de la época, que ordenaron una investigación policial y médica para demostrar, como así fue, que aquellas llagas se curaban. La misma sor Patrocinio confesó que se las había provocado por contacto con cierta reliquia que un monje capuchino le proporcionó.
Sin embargo, ni la confesión ni la investigación policial fueron suficientes para desengañar a los creyentes en la intervención divina, que las vieron como maniobras del gobierno, dirigidas por el político progresista Salustiano Olózaga, enamorado de sor Patrocinio y rechazado por ella.
La vida de esta mujer, desde su nacimiento, está llena de misterio. Su madre doña Dolores de Castillo Capopardo, la trajo al mundo en la Venta del Pinar, en las afueras del pueblo manchego de San Clemente, de donde era oriunda, en su huida de las tropas francesas que venían invadiendo el territorio. Dejó a la niña recién nacida en aquella venta y prosiguió su huida. De allí la recogió el padre, Diego de Quiroga y Valcárcel, que venía detrás, la reconoce y la lleva con su abuela materna, doña Ramona del Castillo, que se hace cargo de ella y la educará durante los primeros años de su infancia. La bautizaron en el pueblo conquense de Valdeganga. Esta información, como alguna más que viene a continuación, sacada del libro Historia de los monasterios, la repite también Benjamín Jarnés en su biografía sobre sor Patrocinio, y añade que ambos cónyuges viajaban separados para no infundir sospechas, que la madre abandonó a la hija y que el padre la encontró por casualidad, para lo que refunde un texto autobiográfico de la monja que no tiene desperdicio: “por allí pasaba mi padre a caballo, cuando oyó una voz que lo llamaba; se apeó del caballo, fue donde yo estaba, me cogió en sus brazos y, estremecido por la pena y el gozo, me llevó al pueblo, donde me puso en ama”. (JARNÉS, pág. 25), El biógrafo no omite ningún detalle de este texto, aunque comenta su incertidumbre sobre los hechos narrados. Por ejemplo, el detalle de que nevase aquel día, como afirma sor Patrocinio, (¡A finales de abril en La Mancha!), o la misteriosa voz que escucha el padre, de la que no se da más información. ¿Sería la voz de la sangre o la voz de algún ser incorpóreo?
La fecha de su precipitada llegada al mundo fue el 27 de abril del año 1811. Durante su infancia se familiariza con la vida conventual a través de una tía suya, la marquesa de Santa Coloma, que vivía como pisadera, o dama de piso (1) en el convento de las Comendadoras de Santiago de Madrid. En aquel convento madrileño, María Josefa jugaba a ser monja y a los seis años recibió la primera comunión. Al morir su padre en 1823, cuando ella tenía doce años, la madre se instaló en Madrid con sus cinco hijos y Josefa ingresó como educanda en el convento de su tía. Años más tarde, María Josefa entraría de monja en aquel mismo convento, con la oposición de su madre, que quería casarla con el político progresista en el gobierno, Salustiano Olózaga.
Siendo novicia, recibió las llagas en el costado, pies y manos. Un día, mientras bajaba por la escalera para ir al huerto le habló una imagen del Cristo de la Palabra que estaba pintado en un cuadro colgado en la pared. No era la primera vez que la divinidad le hablaba, antes ya lo había hecho la virgen, cuando tenía solo dos años, según Jarnés (Jarnés, pág. 26).
Otro hecho memorable que el biógrafo cuenta es que su madre, doña Lola, intentó envenenarla con una tortilla, y que se salvó de la muerte porque se la comió un gato. Un criado, que sospechó del veneno, en vez de dársela a la niña, se la dio a comer al animal, que murió en el acto (Jarnés, pág. 27).
En el mismo capítulo, el primero de este libro, que se titula En un lugar de La Mancha, Jarnés describe el contexto sociopolítico en que se desenvuelve la aspirante a beata, una época y un lugar en el que se respira odio a cuanto sea sospechoso de ir contra el más rancio catolicismo. Una época en la que, por eso mismo, se condena a los masones y se ahorca al maestro Rezafe por no llevar a sus alumnos a misa (Jarnés, pág. 31).
Las fuentes concepcionistas acusan al político progresista Olózaga, el elegido por doña Lola para marido de Sor Patrocinio, de perseguirla a lo largo de su vida y de ser el causante de sus detenciones, destierros, exilio y del proceso judicial que demostró la falsedad de las llagas. Califican de mentiras las actas policiales y añaden:
“Los confesores Joaquín María Serrano, y Don Rafael, el inquisidor de la corte, trataron de ponerla a salvo de las garras del halcón y la metieron en clausura en el convento de las concepcionistas de la calle Caballero de Gracia, en el que la abadesa Joaquina Zurita puso a la joven bajo la tutela de su hermana Petronila durante tres años” (Girón, pág. 183).
El 7 noviembre 1835 doña Lola y su hija Ramona, madre y hermana de Patrocinio respectivamente, entraron en el convento para llevarse a sor Patrocinio contra su voluntad. La que, al verlas, exclamó: “Madre, usted tenía que ser la que me entregase en manos de mis enemigos…el Señor me lo tenía pronosticado.” Por entonces, Olózaga, el novio que le había buscado su madre, era gobernador de Madrid.
Ese mismo año, el ministro de Gracia y Justicia dio orden al Juez, Sr. Cortázar, para que procesara a sor Patrocinio sobre “una impostura artificiosa y fanática y una tentativa de subvenir el Estado y favorecer la Causa del Príncipe rebelde”. La llevaron detenida, con gran escándalo de católicos que la creían una santa, a una casa particular en la calle de la Almudena, número 18, donde la retienen durante cuatro meses, bajo vigilancia y con amenazas, para hacerle cambiar de parecer. Como se mantuvo firme en su rechazo a la boda la llevaron a la Casa de las Arrepentidas de la calle Hortaleza, en Madrid, en la que convivió con prostitutas y mujeres de vida “inconfesable”, como un “lirio en el fango”. Desde allí la desterraron a otro convento de su misma orden concepcionista, de Talavera de la Reina, en el que escribió una obra titulada Libro de Oro. De este convento pasó a otros y en 1844 estaba en el de La Latina cuando la reina María Cristina, de la que se decía que era enemiga, la visitó con sus hijas. Allí la nombraron maestra de novicias y aumentó su popularidad y fama de santa. También su leyenda y milagros, por ejemplo, la de que el diablo le arrojó lejía hirviendo, en otra ocasión, la tiró por las escaleras del convento, y otra vez se la llevó por los aires a la sierra de Guadarrama, lugar que reconoció al ver los leones de piedra. La trajo de vuelta volando y la depositó en un alero de la clausura del convento, de donde la recogieron las monjas (Jarnés, pág. 45 y 46).
A últimos de enero de 1849, estando en el locutorio del convento de Jesús, en Aranjuez, alguien disparó contra ella. Salió ilesa y ese mismo año la nombran abadesa, pero el gobierno de Narváez la destierra a Cáceres. Tres años después, la acusan del atentado del cura Merino contra la Reina Isabel II y esta firma un decreto de expulsión del reino que la lleva a Roma. Más tarde, la reina se retracta de aquella orden, como puede verse en su Declaración de 1904, destinada para pedir su beatificación.
Pero no todo son escándalos en la vida de esta mujer, la historia suele olvidar su labor educativa. En 1854, en Madrid, en la calle Ancha de San Bernardo, abrió la primera escuela de párvulas, gratuita, para niñas pobres, y con la ayuda de los reyes funda monasterios de su orden en los Reales Sitios, y en otros lugares: Manzanares, Alcázar de san Juan, Guadalajara …
Siguieron los destierros, acusada de influir en la política del momento por el general Espartero y O´Donnell. Huyó a Francia, donde siguió fundando conventos, y en 1870 en París, la sorprendió la revolución de La Comuna. Fue el antiguo pretendiente, Salustiano Olózaga, embajador en aquel país, quien la ayudó a regresar a España.
Murió en Guadalajara, en 1891, con ochenta años. Al poco tiempo se inició una causa de beatificación que todavía no se ha resuelto. Con motivo de esta beatificación se presentaron declaraciones y testimonios de su vida y milagros que avalaran causa. La firmada por la reina Isabel II aparece íntegra en la web de la orden concepcionista.
De sor Patrocinio se ha escrito mucho y desde posiciones muy distintas. Desde la biografía de Benjamín Jarnés, recientemente reeditada, hasta las oficiales escritas por monjes de su orden. Incluso en la actualidad, su memoria es objeto de reconocimientos y conmemoraciones de distinto signo. En la web de las concepcionistas, la orden a la que perteneció, en las fechas en la que estoy escribiendo, se anuncia que, como cada Navidad, se sacará a besar la imagen del Niño Jesús que perteneció a la madre Patrocinio, el que la madre acostaba cada noche en un colchoncito en el que, a la mañana siguiente, milagrosamente, el hueco donde había estado acostado al Niño, estaba caliente.
De entre todas las fuentes, el texto de la Declaración en primera persona de la reina es del que reproduzco más citas porque considero que el lenguaje refleja muy bien el retrato que nos ha llegado de esta reina castiza y de su época, a través de la literatura: ingenua, inculta, bonachona, vividora y casada a la fuerza con su primo, del que ella mismo ironizaba sobre su incapacidad en la cama. La reina da por ciertos los milagros que se le atribuyen, y reconoce haber recibido ayuda de la monja en momentos difíciles de su reinado. Cuenta también cómo fue a conocerla junto a su hermana y su madre la reina María Cristina, de la mano de su aya, la marquesa de Santa Cruz, que fue la madrina de sor Patrocinio cuando profesó de monja.
La lectura de esta Declaración, en la que confiesa haber recibido de la religiosa, además de mercedes espirituales, reliquias del palo de la cruz de Cristo, de manera inevitable, trae a la memoria las novelas de Valle Inclán, las del ciclo esperpéntico La corte de los milagros que se nutren de este periodo histórico. Doña Isabel reconoce la participación que tuvo la monja en su boda (2), la adoración que su marido le profesaba impuso que la ceremonia de su boda estuviera presidida por la imagen de la virgen que, desde ese cuadro, hablaba con la monja (3).
La crédula reina se contagió de la fe de su marido y da testimonio del don de profecía y el poder que tenían las oraciones de la monja sobre la vida y la muerte, en primera persona:
“y para que se vea la predicción como se veía realizada en todo cuanto tan santa madre profetizaba, en mi primer alumbramiento, estando ella con sus religiosas pidiendo para que mi parto fuera dichoso, dijo: ¡Ay, Dios mío! Hemos pedido que viva la madre y nos hemos olvidado de pedir para que viva el hijo; y el hijo que llevaba en mis entrañas se murió al nacer…” (4).
Le reina, que antes firmó el destierro de la monja a Roma, después se convence de su virtud y la defiende de los que la atacan, llegando al extremo de negar su influencia política, que fue causa de castigos, destierros y exilios a lo largo de la vida de Sor Patrocinio.
La descripción de las virtudes de esta monja no se detiene por pudor ni escrúpulo alguno. La reina describe en primera persona, con una crudeza más naturalista que el propio Galdós, las acciones de caridad de esta aspirante a santa: “… curaba hasta de las enfermedades más asquerosas y repugnantes, y, una vez, hasta con sus labios limpió y curó un bulto, extrayendo de él las materias podridas y corruptas y tragándoselas”.
Otra muestra de la ingenuidad de esta primera persona real que testifica milagros es la siguiente:
“y voy a citar aquí un caso que presencié que me dejó admirada: fue en La Granja, o sea en el Real Sitio de san Ildefonso, en la huerta del convento de concepcionistas franciscanas que tan santa madre había fundado por protección y con orden de mi marido y mía, este caso fue en un día de eclipse de sol; estábamos con la admirable religiosa sor María de los Dolores y Patrocinio y varias de sus religiosas, y empezó el eclipse y me pareció que las plantas al pasar tan santa madre se inclinaban todas en señal de admiración y respeto; después cuando volvió a salir el sol dijo: Bendigamos a Dios en todos sus actos, y se puso a mirar al sol sin pestañear, y como en éxtasis, como si estuviera viviendo en el mundo, pero entendiéndose fuera de él; tanto, que mi marido, al ver esto tan admirable, quedó asombrado, yo ya lo había visto y mi admiración crecía al ver que ella podía resistir dándola los rayos del sol, al que no podemos nosotros mirar fijos por su grandísimo resplandor… Tan santa religiosa toleró con invicta fortaleza los golpes y bofetadas y otros indignos tratamientos que el demonio ejecutó”.
No hay duda de que lo que testifica Isabel II en esta Declaración, incluido esta frase que habla de golpes y bofetadas que da el demonio, no está escrito en sentido figurado, sino que ella y su corte dan crédito a estas presencias infernales lo mismo que a las intervenciones divinas. Frente a su testimonio, hubo incrédulos, los políticos progresistas, médicos y policías descreídos, o lo que ella llama “logias masónicas”, a las que acusa también de su atentado, que se atrevieron a dudar de los prodigios de la santa y manipularon sus confesiones, según ella, movidos por su odio (5).
Bibliografía
- Girón Irueste, Fernando y Girón Pascual, Rafael María. Historia de los monasterios de España y Portugal de la Orden de la Inmaculada Concepción. Volúmenes I y II
- Jarnés, Benjamín. Sor Patrocinio, la monja de las llagas. Madrid, Espasa Calpe,1929 (reeditado en Zaragoza, 2022)
- Mártir Rizo, Juan Pablo. Historia de la muy noble y muy leal ciudad de Cuenca.
- Omaechevarría, Orígenes de la Concepción. Las monjas concepcionistas, notas históricas de la Orden fundada por santa Beatriz de Silva. Burgos, 1973.
- María Dolores y Patrocinio. Directorio Franciscano. Enciclopedia Franciscana. http://www.franciscanos.org/enciclopedia/sorpatrocinio.html
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(1) Se llamaba así a las mujeres, generalmente damas de la nobleza, que vivían en los conventos sin ser monjas, participando de las actividades religiosas, pero sin haber hecho ningún voto, teniendo con ellas en sus aposentos damas y criadas, como era usual desde antiguo. Muchas damas de la nobleza, solteras o viudas, hicieron este tipo de vida. Por ejemplo, María de Mendoza o Beatriz de Silva, ambas en el monasterio de Santo Domingo, de Toledo.
(2) “¡Cuántas veces la he visto y he comprendido sus penitencias y sufrimientos que por mí y mi familia toda ofrecía!, por evitarnos discordias, librarnos de aflicciones y de pecados; ¡cuántas veces hemos visto que estando malos y muy graves algún hijo o hija nuestra, en el momento en que ella se ponía en oración eran curados de una manera sorprendente, que hasta los médicos que los asistían se quedaban pasmados!” (Declaración… 1904).
(3) “Cuando ya se anunció mi casamiento con mi primo Francisco de Asís (q. e. e. g.) y que se efectuó a los quince días de anunciado, dijo mi excelente marido, que él quería que, en el altar que se iba a poner en el salón de embajadores, para nuestro casamiento, quería que pusieran la imagen de Nuestra Señora del Olvido, del Triunfo y de las Misericordias, para que presidiera tan solemnísimo acto, la misma imagen que tantas veces había hablado a nuestra tan santa madre sor María de los Dolores y Patrocinio, y que había estado al lado de la madre de mi marido, la infanta Dª Luisa Carlota, cuando esta murió.” (Declaración…1904).
(4) “Dicha santa madre, sor María de los Dolores y Patrocinio, jamás quiso mezclarse en política; y yo declaro que los que hayan querido decir o hayan dicho que había intervenido en asuntos políticos son unos viles y calumniadores; ella nunca se ocupó más que del bien y la paz de todos, incluso de la Familia Real y de la completa unión con todo, de mi marido y mía.…” (Declaración… 1904).
(5) “Las sagradas llagas, ya estuvieran abiertas o cerradas, eran siempre verdaderas, patentes y manifiestas y tanto que en una tristísima época, en que, por su misma santidad, empezaron las persecuciones contra tan santa religiosa, los médicos, pagados y buscados por los revolucionarios, tuvieron que declarar que las llagas de tan santa religiosa sor Patrocinio, eran sobrenaturales y que ellos no encontraban ciencia bastante para curárselas…. Los revolucionarios de los dos últimos tercios del siglo diez y nueve, la distinguieron con su odio. Contra su señora, llegando (¡Dios los perdone!) hasta acusarla de complicidad en el horrendo atentado de regicidio que contra mi propia persona Real, cometió un infeliz sacerdote. Pero ni esta calumnia inaudita, ni las demás que fraguaron contra ella las logias masónicas, alteraban su paz interior…He sido testigo de esto y puedo jurarlo con la mano puesta sobre mi corazón y sobre la imagen del Dios que me ha de juzgar” (Declaración… 1904).