Cursó estudios en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de su ciudad. Fue discípulo del maestro de Urda, Guerrero Malagón, cuyo magisterio reconoció a lo largo de toda su trayectoria.
En su juventud, viajó por Centroeuropa (Suiza, Francia, Alemania), exponiendo en Holanda y vinculándose a movimientos artísticos renovadores en Frankfurt.
Su pintura recrea el arte figurativo desde una lección bien aprendida de los maestros impresionistas y realistas, partiendo de lo costumbrista para proponer un amplio fresco social de la evolución de la sociedad española a lo largo del último tercio del siglo XX y el arranque del nuevo milenio. Maestro del color con gran dominio de la luz, sus cuadros reflejan oficios populares, tipos y paisajes tanto urbanos como rurales, estampas cotidianas a las que su mirada y su pincel confieren un don de atemporalidad, un valor universal. Algunas de sus obras expresan en sus títulos los temas que fueron más caros a Peces: “Sepulvedanas”, “Pase de toreo, natural”, “La reina del mercado”, “Pescadores”, “Ancianas”. Mención destacada para el mundo de los toros, de su mayor afección y afición, y del que inmortaliza estampas memorables en un amplio elenco de piezas, que merecerían formar parte de un museo de pintura taurina con su nombre.
Dentro de la escuela realista castellana y manchega, la pintura de Peces emerge con una singularidad específica, que la hace perfectamente reconocible en todo momento. Expuso en Madrid, en Talavera, en Cuenca y, naturalmente, en Toledo, donde impulsó el Taller de Arte de la Posada de la Hermandad y en cuya Diputación fue coordinador de Arte y Exposiciones durante varios años. Fue correspondiente de la Real Academia toledana. Impulsó asimismo en 1987 el homenaje al gran escultor palentino, afincado en Toledo, Victorio Macho. Dedicó una magna serie de cuadros al Corpus, que se suelen colgar en algunos puntos neurálgicos de la célebre procesión. Diversas instituciones públicas y entidades financieras poseen obra de Peces.
Con Salamanca, tuvo una especial vinculación a través de su esposa Ana Pedraz, musa femenina de buena parte de su obra, nacida en la histórica ciudad universitaria de Castilla y León, gozando en ella de una gran acogida crítica para sus exposiciones allí realizadas y vinculándose a diferentes artistas y grupos pictóricos salmantinos.
El humor era otra constante de su personalidad y se trasluce también en su pintura. Un humor ácido y satírico, con un punto pesimista y un lado proclive a lo esperpéntico. Gran conversador, sus recuerdos y estampas de los años 40, 50 y 60, sus años formativos, contenían gran carga vivencial y literaria: un Toledo con rodaderos y garitos clandestinos, con zíngaros y espectáculos de osos, con baños fluviales en Safón, en los que una tía solícita protegía de miradas con su toalla las enaguas mojadas de la bella que emergía del Tajo. A veces, su estudio, situado en una buhardilla de la casa palacio de Buzones, se convertía en un ágora para una tertulia apasionante, aromatizada con el humo constante de su puro Quintero o de su cachimba, que le daba un cierto aire marinero, como de personaje embarcado en el Pequod (el mar y la playa fueron otros de sus temas preferidos).
Su inquietud intelectual y su convicción, un poco vangogiana, de que pintura y literatura podían ir de la mano y debían establecer alianzas, le hizo participar en revistas culturales como “Calandrajas” y, en el tránsito del milenio, “Cuaderno de Buzones”, con sendos números dedicados a La Celestina y a Luis Buñuel, que fundamos y codirigimos mano a mano. El número dedicado a Buñuel fue presentado en 2001 en la Venta de Aires, epicentro de la actividad de la Orden de Toledo creada por el gran director de Calanda.
Con motivo del centenario de La Celestina, en conjunción con una propuesta literaria mía, Tomás Peces hizo una recreación en varias láminas de óleo sobre papel del capítulo XIX, el dedicado al huerto erótico de Melibea. Estas piezas se expusieron en el Colegio de Arquitectos de Toledo.
Tomás Peces adoptó el punto de vista más original pero también lógico: el de los amantes. Nos muestra, espléndida, apoteósica, exuberantemente, aquello que ellos ven desde su vegetal lecho de amor. Por tanto, a ellos no los vemos. Pomas, carnosos membrillos, flores, murmullo de hojas, abrazos de ramas, gotas de rocío resbalando sobre la piel de la fruta. No solo para la figura humana, el maestro de Buzones tenía toque y don también para los motivos de la naturaleza.
En palabras del propio Tomás Peces: “Corral y huerto de este barrio que yo cito, con mi dedo, dentro de la muralla, bajo el frescor de los granados y las parras. Filtrantes sombras donde descansa el zócalo de la medida, nuestra adolescencia, donde ellas y nosotros jugábamos a novios, un futuro pendiente y la historia es el amor”.