A Vicente Cutanda y Toraya se le considera un pintor toledano, porque desde que ganó una plaza de dibujo en la Sociedad Cooperativa de Obreros de esta ciudad en 1884 se avecindó en ella y, salvo algunas salidas, allí residió hasta su muerte en 1925.
En Toledo desarrolló una amplia y fecunda labor cultural. Fue director de la Escuela de Artes Industriales, profesor asociado del Instituto provincial, miembro de la Comisión de Monumentos -correspondiente de la de San Fernando-, e impulsor de la creación de la Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, de la que fue fundador y académico numerario. Cultivó varias técnicas (dibujo a la mina de lápiz, grabado, acuarela y, principalmente, el óleo), y trató variedad de temas, desde el pintoresquismo luminoso al dramatismo de recreación histórica, desde el realismo social a la más mística pintura religiosa. Su personalidad se completa con una integridad marcada por su fidelidad a los ideales familiares, convicciones religiosas y su compromiso con el obrero, aun cuando en ningún caso interviniese en la vida política.
Cutanda ha sido considerado como uno de los pintores más significativos del realismo social, por recrear en su obra, como pocos, la vida en los Altos Hornos de Vizcaya y los inicios del movimiento obrero en nuestro país, pero también un pintor de género religioso, por la producción y sensibilidad hacia estos temas, haciendo incluso una difícil mixtura de ambos. Asimismo, ha sido destacada su obra de paisaje y estampas tradicionales, coloristas y luminosos, en la línea de otros pintores del momento. Es difícil marcar claramente la diferencia entre una etapa y otra del desarrollo estilístico y temático del artista, ya que su recorrido está trufado de unas constantes que podríamos definir como transversales. Eso sí, desde una primera época de aprendizaje donde la vinculación a los temas de carácter histórico tan requeridos por las cátedras y en las convocatorias estatales, a su estancia en Toledo que le procurará una clientela que demandará pintura religiosa, o su viaje a Vizcaya donde su obra tomará un sesgo realista de carácter obrerista.
Pertenecía a una familia acomodada, de orígenes aragoneses pero radicada en Madrid, de un alto nivel intelectual, ya que su padre fue catedrático de Organografía y Fisiología vegetal en el Jardín Botánico de Madrid (1848-1857) y de Fitografía y Geografía botánica en la Universidad de Madrid, conocido por la catalogación y divulgación botánico, siendo su madre, Isabel de Toraya natural de Rute, Córdoba. Hijo único, una enfermedad infantil facilitó su dedicación al dibujo y la conformación de un carácter melancólico.
Inició estudios de arquitectura, pero pronto centró su interés en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid (1868-1870) recibiendo enseñanzas de conocidos maestros del momento, como Pablo Gonzalvo, Carlos de Haes, Vicente Palmaroli, Joaquín Espalter o a Antonio Gisbert. Tuvo, de entre sus compañeros de estudios, a Casimiro Sainz y Sainz y a Manuel Fernández Carpio.
La muerte temprana de sus padres le permitió cierta holgura económica, independencia y toma de decisiones transcendentales para su posterior vida profesional. Por su estudio en la calle Cedaceros o San Bernardo pasaron autores como Arredondo, Casimiro, Pelayo y algunos más compañeros de las clases de la Academia o del Museo del Prado.
De este primer momento surge la colaboración con la Comisión de Monumentos de Navarra y sus primeras visitas a Toledo, a la casa-palacio de Ricardo Arredondo o a las ciudades vecinas a Madrid donde capta paisajes y escenas pintoresquistas. La muerte de su madre en 1884 le empujará a ganar, con el concurso de su amigo Arredondo, la plaza citada de la Sociedad Cooperativa de Obreros, trasladándose a Toledo con su mujer, Luisa de Salazar, y su hijo Rafael. Lo hace en un momento trágico, marcado por una terrible epidemia de cólera que asoló la ciudad.
Inmediatamente comenzó a tomar contacto con los círculos literarios y artísticos de la ciudad, a través de las tertulias organizadas por Arredondo, conoció a José Vera y Federico Latorre, José Herencia o a Luis Lucio Ludeña. O, a frecuentar sociedades e instituciones locales a la vez que reflejaba en sus obras escenas de ambiente y paisajes urbanos. Finalmente, se avecindaría en la casa de Santa Úrsula, 11, donde viviría con sus siete hijos Rafael (1875) -médico-, María Luisa (1874), Margarita (1886), Inés (1888), Pilar (1892) -las tres últimas maestras-, y Vicente.
Asimismo, se dejó envolver por el ambiente religioso de la ciudad, recibiendo encargos de conventos, clero catedralicio o parroquial. En esta su primera época toledana, Cutanda se concentró en su obra religiosa de estilo más clásico, inspirándose en modelos góticos y renacentistas. Realizaría las 34 tablas para una carroza neogótica destinada a la carroza del Corpus de Santo Tomé o “el retablo de la Crucifixión” realizado en 1888 para el convento de San Antonio o para el obispado de Ávila una alabada “Santa Teresa en Éxtasis”.
También ahora presentará obra a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1887: «A los pies del Salvador. Episodio de una matanza de judíos en Toledo en la Edad Media«. Esta incursión le anima un año después a viajar a Roma para ampliar estudios, realizando allí una obra de grandes dimensiones: “La muerte de Sertorio” que presentaría a la Expsoición Nacional de 1890.
La polémica sobre la Rerum Novarum vivida directamente en Roma por el autor, o su visita al País Vasco durante el año siguiente, hizo que el tema obrero se convirtiera en una auténtica obsesión en los siguientes años para nuestro autor, que pintará en Zaragoza, en 1891 la obra “Una huelga de obreros en Vizcaya”, presentado en la exposición «internacional» de 1892, donde fue premiado con una medalla de oro y consiguió una gran repercusión mediática, como lo tuvo su “muerte de José Zorrilla”, realizado junto al lecho mortuorio al año siguiente. El tema obrero, tomando como escenario los altos hornos de Vizcaya o el mundo ferroviario lo repetiría en sucesivas convocatorias con obras como “En peligro inminente”, “Recuerdos del país del hierro”, “Preliminares del 1º de mayo en una fábrica de Vizcaya”, “En el campo de batalla”, “Epílogo”, “Fuera de Combate”, «Una visita a una fábrica de acero”, “Recuerdos de las orillas del Nervión”, “La fragua”, o «En los Altos Hornos: arte y trabajo», entre otros. También dándole una visión más humanizada con temas como “Despido del Trabajo”, “Desgracia en una fábrica”, “El biberón”, “momento del almuerzo” o la emblemática “Ensueño”, también llamada “La Virgen obrera”.
En Toledo seguirá atendiendo a encargos desde la catedral, con la restauración de la puerta de Santa Catalina o cuadros para la capilla Mozárabe, de la Hermandad de Ntra. Sra. del Valle para decorar el retablo de la ermita de ese nombre o el soberbio retrato de la Beata María de Jesús para la comunidad de Carmelitas descalzas.
Además de su labor como ilustrador gráfico, realizó múltiples encargos tanto privados como de casas comerciales para realizar retratos, escenas decorativas y otras obras de pequeño formato, pero las obligaciones como profesor de Dibujo Artístico y director de la Escuela de Artes y Oficios (1908), como miembro de la Comisión de Monumentos (1912) o como impulsor de la puesta en marcha de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo en 1916, le restarán tiempo para su quehacer artístico en los últimos años de su vida.
Eso sí, vemos en la figura de nuestro autor una continua búsqueda de temas, una cada vez mayor complejidad en la composición y, sobre todo, en la técnica pictórica, desde un primer momento de aprendizaje, donde la pincelada es muy elaborada y precisa a una última etapa donde la variedad cromática, la soltura del pincel y el tratamiento de la luz denota maestría y, sobre todo, el fruto de una dedicación constante que afloró de una vocación incipiente en un hombre corpulento que siempre escondió una gran sensibilidad por el cambiante mundo que le tocó vivir entre dos siglos.
Bibliografía:
- Artistas pintados. Retratos de pintores y escultores del siglo XIX en el Museo del Prado, cat. exp., Madrid, Ministerio de Educación y Cultura, 1997, pp. 164-165.
- Cadarso Vecino, María Victoria, et al., Historia del arte en Castilla-La Mancha en el siglo XX, Toledo, Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, 2003, pp. 656-657.
- Sebastián, Santiago, «Arredondo y otros paisajistas toledanos», Arte Español. Revista de la Sociedad Española de Amigos del Arte, Madrid, 1960, tercer cuatrimestre, pp. 113-127.