Víctor Damián Sáez Sánchez. Mariano Jover i Flix, Tortosa: testimonio histórico-gráfico (1973).

Galería

Víctor Damián Sáez Sánchez-Mayor
Budia (Guadalajara).
1776 -
Sigüenza (Guadalajara).
1839.
Obispo, político.

Nació Víctor Damián Sáez Sánchez-Mayor en la localidad de Budia (Guadalajara) el 12 de abril de 1776, hijo de don Damián Isidoro Sáez Mayor, nacido en Budia, y de doña María Teresa Sánchez de Oñoro, que fue nacida en el lugar de Iriépal (Guadalajara).

Como era costumbre en familias de cierta hidalguía, como lo era la de don Damián Isidoro Sáez Mayor, Abogado de los Reales Consejos de Su Majestad, alguno de los hijos del matrimonio debía dedicarse a la iglesia; y al seminario de Sigüenza, para continuar la carrera eclesiástica entregaron no a uno, sino a cuatro de los varones de la casa. Cuatro varones del segundo matrimonio de don Damián Isidoro, quien lo contrajo con doña María Teresa luego de que su primera esposa, doña Teresa de Olarte, falleciese. Con Doña Teresa de Olarte le nació a don Damián Isidoro al menos un hijo, de nombre José, quien también se graduó en Cánones en Sigüenza.

Del segundo matrimonio vivieron algunos más, don José Joaquín, quien siguió estudios en el colegio de San Antonio de Portaceli, de Sigüenza, y fue cura párroco de Cantalojas (Guadalajara), por espacio de casi veinte años; antes de serlo de alguna parroquia de Sigüenza, y de alguna otra del obispado de Tortosa después del nombramiento como obispo de su hermano Damián.

De Tiburcio, quien se doctoró en Teología en Alcalá de Henares antes de ser párroco de Pareja (Guadalajara) y luego magistral de Sigüenza, pasando después a ser canónico de Orihuela, y predicador y capellán de honor de S. M. D. Fernando VII.

De Ambrosio, quien fue cura párroco de Carabias (Guadalajara) y suplente de su hermano José Joaquín en Cantalojas, antes de acceder al arcedianato de Sigüenza, y quien murió siendo Deán de la catedral.

De doña Juana Antonia María Magdalena de Pacis, a quien se ha definido como “Juana la Hidalga”, por su extraño enterramiento en el trascoro de la nave central, frente al altar de la Virgen de la Mayor, de la catedral de Sigüenza, y que fue a su vez madre de otro obispo de Tortosa, nacido en Cantalojas, y heredero en todo de su tío: Damián Gordo Sáez.

Y don Víctor Damián. Quien ha pasado a la historia como uno de los más poderosos personajes de los últimos años del reinado del rey Fernando VII. Don Víctor Damián fue el salvaguarda de la familia.

Entró don Víctor Damián en el seminario de Sigüenza en el mes de junio de 1790, con catorce años cumplidos, y de él saldría para ejercer la carrera eclesiástica. Pasó por Alcalá, Cantalojas, Carabias y, finalmente, en 1804 tomaba posesión de una canonjía en la catedral de Sigüenza. Allí comenzaba su verdadera carrera, a la sombra de sus hermanos, ante todo de don José Joaquín, el mayor, cura párroco de Cantalojas, cuñado a su vez de don Pedro Gordo, cura párroco de Santibáñez de Ayllón (Segovia) quien, al poco de que los franceses invadieran España, se puso al servicio de la Junta de Defensa de Burgos junto a su cura vecino de la población de Villacadima (Guadalajara). Ambos entraron por distintos caminos en la historia de España. Como en la Junta de Defensa de Guadalajara trató de entrar don Víctor Damián sin lograrlo, pues antes de que diese el paso entraba en Sigüenza el general Hugo y se lo llevaba preso, con algunos rehenes más, a la cárcel de Brihuega. Allí estuvo don Víctor hasta que recuperó la libertad en el mes de agosto de 1812. Cuando la invasión francesa comenzaba a agonizar; las Cortes de Cádiz declaraban “Benemérito de la Patria” a Pedro Gordo, cura párroco de Santibáñez, ejecutado por los franceses en Soria, y la Junta de Burgos entregaba a su hermana Juana Antonia María Magdalena de Pacis y a su marido, Juan Gordo, 4.000 reales que con otros 4.000, sirvieron para reconstruir el pueblo de Cantalojas; saqueado, destruido hasta los cimientos e incendiado por las tropas francesas la madrugada del 25 de diciembre de 1811 cuando los franceses buscaban a don Pedro Gordo y a don José Joaquín Sáez.

La llegada a España del Rey don Fernando trajo la reorganización de la corte a partir de 1814. Don Víctor Damián presentó solicitud a la plaza de predicador real, y mientras aguardaba la resolución opositó a una lectoralía en la catedral de Toledo. Obtuvo ambos puestos y fue el encargado del sermón mortuorio de la reina María Luisa de Parma. Sermón que debió de llegar más que a otros al corazón de su hijo, el rey don Fernando, quien después de escucharlo nombró a don Víctor Damián, su confesor.

Corría el año de 1819 cuando la muerte de la reina; y llegó el de 1820 con todas las novedades que trajo, entre ellas la del “trienio liberal”, con el alzamiento del general Riego, que obligó a nuestro don Víctor a refugiarse en Francia huyendo de los muchos enemigos que en tan poco tiempo se había ganado tras condenar el alzamiento, y de donde tornó con los Cien Mil hijos de San Luis; para entrar, desde entonces, a formar parte del Gobierno interino del reino presidido por el duque del Infantado, en el que nuestro hombre pasó a ocupar el cargo de Secretario de Estado. Aquí comenzó otra carrera; de represión, según la historia. Contra los constitucionales, los liberales, los masones y los enemigos políticos, siempre al servicio del Rey. Hasta que el Rey recuperó el trono, lo confirmó en el cargo, creó el Consejo de Ministros y lo nombró a él su primer Presidente, como primer Secretario de Estado que era. Desde su cargo promovió el decreto que condenaba a muerte a todo aquel que resultase sospechoso de liberal o masón; firmó la condena del General Riego y comenzó a llenar las cárceles con cuantos parecieron desleales a la figura del Rey.

A tal grado llegaron sus actos, condenas a muerte, y represiones que, desde Francia, como cabeza de la Santa Alianza cuyas tropas al mando del duque de Angulema colaboraron a devolver el trono al rey Fernando, pidieron la destitución de su poderoso y sanguinario ministro de Estado, don Víctor Damián Sáez Sánchez, quien nombraba y destituía, y hasta casi reinaba, en el nombre del Rey.

A cambio de la destitución se le nombró Obispo de Tortosa, de donde tomó posesión en 1824, sin dejar de lado la política, aunque fuese en segunda línea como consejero del Rey.

El decreto de cese y nombramiento lo firmo S.M. el 2 de diciembre de 1823: … Habiendo cesado por Decreto de este día don Víctor Damián Sáez en el Despacho de la primera Secretaría de Estado, he venido en nombrarle para el Obispado de Tortosa, conservándole los honores de mi Consejo de Estado…

Allí, en Tortosa, continuó hasta la muerte de don Fernando en 1833, con algún que otro viaje a la corte. Regresando al tiempo que estallaba la primera Guerra Carlista en la que se declaró partidario de la niña reina Isabel, mientras que el resto de la familia, a la que había colocado en lugares claves de la política, la judicatura y la industria, se situaba al lado del pretendiente don Carlos, entre ellos su sobrino Ambrosio, quien desde las islas Canarias cruzó España para ser, entre otras cosas, Asesor General de la Hacienda Carlista. De esta manera el obispo, ganase quien ganase la partida guerrera. aseguraba su futuro.

Eran los tiempos de la primera epidemia de cólera morbo que se vivía en España, por lo que nuestro obispo determinó que un Madrid apestado y lleno de enemigos políticos no era el mejor lugar para conservar la vida; por lo que optó por marchar a Sigüenza, en la esperanza de que hasta allí no llegasen la peste ni sus perseguidores.

A estas alturas no debían de ser muchos los políticos que en Madrid se fiaban de nuestro hombre, quien jugaba con los isabelinos y con los carlistas y a ambos prometía fidelidad, como tampoco nuestro hombre debía de fiarse de quienes gobernaban el reino en medio de la peste y la guerra.

Reclamado a Madrid por la reina gobernadora, donde tantos eran sus enemigos, simuló el viaje; tomó el coche de caballos y cuando la ocasión fue propicia se bajó de él, regresando a Sigüenza sin ser visto, para permanecer escondido hasta que le llegó la muerte, sin saberse muy bien cuándo, aunque se cita, como casi segura, la noche del 3 de febrero de 1839, después de esconderse durante cinco años, y como no se le podía enterrar, pues no convenía anunciar su muerte y dejar al descubierto a quienes lo protegieron, se embalsamó el cuerpo y optaron por mantenerlo en una tina de aguardiente, donde el alcohol lo mantuviese incorrupto.

Nueve meses lo tuvieron en aquel “espíritu” de vino. Al decir de unos, en una casa particular de la calle de Guadalajara; al de otros, en las bóvedas de la catedral. Hasta que llegó la paz de Vergara; la amnistía a sus amigos y familiares y su cuerpo, con los honores debidos, fue entregado a la tierra en la catedral de Sigüenza el 13 de septiembre de 1839.

Años después, cuando su sobrino y heredero accedió al obispado que dejó vacante el tío, pidió el traslado del cuerpo a aquella catedral, la de Tortosa. Otro de sus sobrinos, el ilustre hombre de ciencias don Francisco Javier García Rodrigo fue el encargado de llevarlo desde la de Sigüenza a aquella catedral, y en ella reposa, desde el año de gracia de 1850.

Sus sobrinos, hijos de su hermana doña Juana, continuaron gozando los bienes terrenales de los puestos en los que su tío los colocó.

Don Damián Canuto lo relevó en el obispado de Tortosa; a don Víctor, quien casó con su prima doña Juliana Isidra García Rodrigo, lo situó al frente de los negocios mineros junto a otro de sus sobrinos, el insigne don Francisco Javier García Rodrigo, quien a su vez se casaría con la hija del médico de cámara del Rey; a don José lo colocó al frente de la contaduría general del Ejército de Castilla; a don Ambrosio Antonio, en la magistratura de las audiencias de Canarias, Zaragoza y Valladolid. A doña Andrea la casó con el Fiscal de Penas de Cámara; a doña Juana Francisca con don José Antonio de Oriol y Salvador, llegando a ser marquesa madre de Casa Oriol. Llegando incluso, los sobrinos varones, a aspirar a ocupar cargos de senadores y diputados representando a la provincia de Guadalajara en la que finalmente quedó incluida la Cantalojas natal de casi todos ellos, entonces perteneciente a la provincia de Segovia.

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