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Manuel Leguineche Bollar
Arratzu (Bizkaia).
1941 -
Madrid.
2014.
Periodista y Escritor. Pionero del reporterismo de guerra en España.

Manu Leguineche fue un reportero sagaz, un periodista omnímodo y un vasco enamorado de Castilla. Viajó por el mundo en una época en la que no viajaban ni los diplomáticos y regresó a tierra adentro para huir de Madrid, o sea, del ruido. Desde entonces pasó a ser un nómada tranquilo y feliz en la ribera del Tajuña, en Guadalajara, hasta su fallecimiento en enero de 2014.

Considerado el ‘padre’ de los corresponsales de guerra en España, cimentó una carrera profesional basada en los principios que rigen el periodismo de calidad: rigor, preparación, documentación, honestidad y una búsqueda permanente de los valores humanos a través de las historias que engrandecen a esta profesión.

Estudió Derecho y Filosofía en Valladolid y Madrid, pero su temprana vocación le llevó a consagrarse al periodismo. Tras sus inicios en 1958, en el semanario Gran Vía de Bilbao, su aprendizaje profesional se fraguó en El Norte de Castilla a las órdenes de Miguel Delibes. El propio Leguineche definía al novelista vallisoletano como el “Von Karajan del periodismo”.

Leguineche dio la vuelta al mundo en varias ocasiones, fundó cuatro agencias de noticias (Colpisa, Cover Prensa, Lid y Fax Press) y dirigió el programa En portada, de TVE. También fue colaborador de otros espacios como Estudio abierto, ‘Informe Semanal’ o ‘Europa, Europa’ en la televisión pública. Durante el año 1976 fue asesor-editor de la revista Ozono. Además, publicó cerca de 40 libros, convirtiéndose en un pionero de la información internacional y el género del gran reportaje. Entre sus títulos destacan Los topos (1977), escrito con Jesús Torbado; El camino más corto (1979); La tribu (1981), Annual 1921: el desastre de España en el Rif (1997); y Recordad Pearl Harbor (2001).

A lo largo de toda su carrera profesional buscó la noticia en los conflictos, las revoluciones y los golpes de Estado. Lo hizo en vanguardia, directamente con los protagonistas, pero también desde la retaguardia de las plazas, los cines y los mercados, buscando la noticia entre los héroes anónimos de las guerras. Su bautismo como reportero comenzó en la revolución de Argelia (1962), con poco más de 20 años, y concluyó en la segunda guerra de Irak (2003). Cubrió todos los acontecimientos relevantes de la segunda mitad del siglo XX, desde la guerra de Vietnam a la Revolución de los Claveles en Portugal, pasando por la revuelta sandinista en Nicaragua, la revolución de Filipinas, la Primavera de Praga o el conflicto de los Balcanes. 

Su legado profesional está en la senda de los grandes del reporterismo mundial. Delibes escribió sobre el que fue su discípulo: “No he conocido un periodista que convirtiera sus viajes alrededor del mundo y alrededor de todas las guerras en lecturas obligadas para el gremio de cabezas cultas y el de los apenas iniciados”. El prosista castellano bautizó a Manu, a quien cariñosamente llamaba el “Legui”, como “corresponsal de paz” por su propensión a levantar acta de personajes inolvidables: “Este es tu secreto, querido Legui: enseñar que, en el fondo de sí mismos, los combatientes querrían ser amigos de sus enemigos”.

A mediados de la década de los 80 del siglo XX fijó su residencia en La Alcarria. Primero en la casa del Tejar de la Mata, entre Torija y Cañizar; y después en la casona de piedra, de aire toscano, antigua Escuela de Gramáticos en Brihuega, localidad que calificó como «capital mundial del silencio». Hoy, la plaza de esta localidad en la que se ubica su antigua residencia lleva su nombre, en reconocimiento de los briocenses a su vinculación con el pueblo, sus gentes y sus costumbres. A lo largo de más de tres décadas se convirtió en un embajador cultural de la provincia de Guadalajara.

El comedor de la casona alcarreña en la que halló refugio estaba siempre trufado de pilas de periódicos. Montones de ejemplares que cubrían una enorme escalera. Un anárquico desparrame de prensa en el que uno podía encontrarse el Boston Globe o el FT al lado del Heraldo de Aragón. Y también Le Monde, claro, porque el padre de la tribu tenía una predilección especial por el viñetista Plantu.

Manu disfrutó en Brihuega del huerto que sabiamente mimaba Jesús Rodrigo, el jardinero filósofo, uno de sus amigos inquebrantables. Y allí recibía a los amigos, a la familia y a los lugareños con los que compartía raticos a base de vinos y partidas de mus. Su principal virtud es que convirtió el paisanaje descubierto en Castilla en materia de vida y de literatura. Javier Reverte sostenía que «Manu era un vasco muy castellano, como Baroja».

De su experiencia en la Castilla agreste y mielera surgió La felicidad de la tierra. El libro fue publicado por Alfaguara en 1999 y estaba descatalogado. Sin embargo, la editorial barcelonesa Stella Maris se encargó de reeditarlo en una versión que guarda fidelidad al texto original y con una foto de portada, maravillosa, hipnótica, en la que Manu posa en el balcón de su casa delante de Toribio, su pato, al que luego mató una comadreja. El gesto de simpatía y ternura que rezuma el escritor en esta imagen ilustra la bonhomía que siempre lució.

Que se reediten los libros de Manu Leguineche es una noticia excepcional en un país con el periodismo en horas bajas. Su precocidad y la lejanía temporal de algunos de sus libros impiden que los jóvenes plumillas accedan a su obra incluso en las librerías de viejo, de tal manera que joyas como La primavera del Este o Sobre el volcán están fuera de circulación. Sí se han recuperado libros como El camino más corto, Hotel Nirvana y Yo pondré la guerra.    

A medio camino de la crónica y el dietario rural, La felicidad de la tierra es una exhibición de músculo literario que Leguineche fue perfilando tras vencer su sempiterna timidez. «Un diario siempre me había parecido cosa de gente enfermiza o pagada de sí misma», confesó Manu en una entrevista publicada en La Revista, el extinto dominical de El Mundo.

Manu acabó pergeñando su diario con la misma disciplina interna que siempre caracterizó su oficio. Porque Manu era cultivador de almuerzos opíparos y puros habanos, pero también fue un periodista todoterreno con una capacidad de trabajo desbordante. Leía mucho y escribía muy rápido. Y exhibió siempre una visión panorámica que le permitía hablar con autoridad tanto de las interioridades de la política china como de la floración de la jara. Quienes le vimos trabajar en su despacho, luminoso, con unas vistas magníficas y rodeado de libros, conservamos la imagen de un hombre feliz zambullido en una soledad voluntaria y fecunda. «Cuando Muki [su gata] aporrea las teclas del ordenador escribe mejor que yo…», solía decir con una socarronería que no dejó de cultivar ni en sus peores momentos de salud.

La felicidad de la tierra, posiblemente, es el libro más lírico y redondo de los más de cuarenta que Manu escribió desde que a los 18 años agarró un ferry desde Alicante y se marchó a cubrir la revolución de Argelia. Es una escritura reposada, madura y capaz de absorber la sabiduría del terruño. Es periodismo, literatura, crónica, un gran reportaje sazonado con experiencias propias y ajenas. Un portento de lectura en la que uno se encuentra un poema de Eliot, un almuerzo de Jesús en Las Vegas de Masegoso, una historia sobre De Gaulle o una reflexión de Epi después de la fiesta de Cañizar.

El estilo literario de Manu Leguineche es el mismo que el periodístico: sujeto, verbo y predicado. Una prosa sencilla exenta de vocablos remilgados. Y una expresividad basada en dar rienda suelta a un vasto poso cultural sin alardes ni estridencias.

Detestaba el hedonismo urbanita, el ruido de los coches y el «follón» de la ciudad. También atizaba el turbocapitalismo que llevaba a muchos habitantes de la ciudad a emigrar al pueblo con los mismos vicios de la vida urbana: consumir, tirar basura. «Me interesa de los viejos la combinación del silencio y las verdades de la vida, y a eso se suma el valor de su lenguaje», confesó.

El rasgo esencial que incardina al autor de Guernica en la literatura contemporánea es la limpieza y la honradez con la que inspecciona el paisaje y a las gentes que lo habitan. Este es el principal elemento que le distingue de Cela, que retrató a la Alcarria con una mirada excursionista; o del canon literario de la Generación del 98, cuyos libros de viajes -magníficos la mayoría- se cimentan en el daguerrotipo pintoresco.

Manu sigue a Fray Luis en el elogio de la aldea («hay a quienes la vista del campo los enmudece y debe ser condición de espíritus de entendimiento profundo») y tuvo a Azorín y a Unamuno como guías de cabecera. Sin embargo, no otea la Alcarria desde un pedestal. Al revés, la patea, la mira, la escucha, la siente y la padece exactamente igual que el resto de los vecinos. De esta posición brota una escritura que, por lo demás, guarda el poso que en el reportero dejaron las revoluciones americanas, los golpes de estado y la voracidad lectora.

La intención de Manu Leguineche es que La felicidad de la tierra inaugurara una trilogía que tuvo continuidad con El Club de los Faltos de Cariño. En cambio, nunca llegó a terminarla porque el autor cayó enfermo y se vio obligado a renunciar a la escritura.

El Club de los Faltos de Cariño es un tratado hondo y filosófico, en el que siguen muy presentes las anotaciones del día a día, una suerte de impresionismo delibeano, pero cuajado de un profundo nivel cultural y de pensamiento. Ambos se libros se complementan y tienen una continuidad ceñida al interés que suscitan las reflexiones de un periodista ya baqueteado y con un talento perenne para captar las historias interesantes. En Vietnam o Nicaragua, pero también en Hita o Rebollosa.

«El periodismo obliga a sacrificios». Era la advertencia habitual que formulaba a los jóvenes que soñábamos con los días de vino y rosas en una Redacción. Quizá por ello buscó la felicidad a pie de campo, siguiendo el propósito del escritor francés Romains: «huye a una aldea y declárala el centro del mundo».

Al fin y al cabo, como solía contar el propio Manu, todo lo que uno necesita es un poco de pan, unos libros y mucho silencio.

Leguineche recibió los más importantes galardones a los que puede aspirar un periodista en España. Entre otras distinciones, recibió el Premio Ortega y Gasset, el Godó, el Cirilo Rodríguez, el Premio Reporteros de El Mundo y la Medalla al Mérito Constitucional, además del Premio Euskadi de Literatura por El club de los faltos de cariño.

La Diputación de Guadalajara le nombró Hijo Adoptivo de esta provincia en 2008 y es una de las instituciones que convoca anualmente el Premio Internacional de Periodismo ‘Cátedra Manu Leguineche’, junto a la Universidad de Alcalá (UAH) y la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) y en colaboración con el Ayuntamiento de Brihuega y la Fundación General de la Universidad de Alcalá. La Junta de Comunidades le concedió en 2008 el título de Hijo Adoptivo de Castilla-La Mancha y en 2014 fue nombrado Ilustre de Bizkaia, el máximo reconocimiento que otorga la Diputación Foral.

Obras

  • Actor y general (1965)
  • Raphael (1972)
  • Díez-Alegría: jesuita prohibido (1973)
  • Portugal: la revolución rota (1975)
  • Los Palestinos atacan: de Monte Scopus 1948 a Madrid 1975 (1975). Coautor, junto a David Solar
  • El camino más corto (1979)
  • Los topos (1979). Coautor, junto a Jesús Torbado
  • La Tribu (1981)
  • El Estado del golpe (1982)
  • Los hechos políticos del siglo XX (1982)
  • La destrucción de Gandhi (1983)
  • Sobre el volcán (1985)
  • La guerra de todos nosotros (1985)
  • La vuelta al mundo en 81 días (1988)
  • Filipinas es mi jardín (1989)
  • La primavera del Este (1917-1990): la caída del comunismo en la otra Europa (1990)
  • Uganda (1990)
  • La ley del mus (1992)
  • En el nombre de Dios: el Islam militante, los árabes, las guerras del Golfo (1992)
  • Yugoslavia kaputt (1992)
  • Apocalipsis Mao (1993)
  • Siglo XX: los grandes hechos (1995)
  • Los años de la infamia: una crónica de Manuel Leguineche sobre la II Guerra Mundial (1995)
  • 25 años de escopeta y pluma (1995). Coautor, junto a Miguel Delibes y Néstor Luján
  • El precio del paraíso (1995)
  • Los ángeles perdidos (1996)
  • El viaje prodigioso: 900 años de la primera cruzada (1996). Coautor, junto a María Antonia Velasco
  • Annual 1921: el desastre de España en el Rif (1997)
  • Adiós, Hong Kong (1997)
  • Athletic 100, conversaciones en La Catedral (1998). Junto con Patxo Unzueta y Santiago Segurola
  • Yo pondré la guerra (1998)
  • Javier Bauluz: sombras en combate (1999). Junto con Maruja Torres
  • Hotel Nirvana (1999)
  • Yo te diré: la verdadera historia de los últimos de Filipinas (1999)
  • Mus visto (2000)
  • La tierra de Oz: Australia vista desde Darwin hasta Sidney (2000)
  • Belice (2000) (coautor, junto a Joan Costa)
  • Brasil, el hombre que veía demasiado (2000)
  • La felicidad de la tierra (2001)
  • Recordad Pearl Harbour (2001)
  • Los ojos de la guerra (2001). Coautor, junto a Gervasio Sánchez
  • Recordad Manhattan (2001)
  • Gibraltar (2002)
  • Madre Volga (2003)
  • La letra de los ríos (2003). Coautor, junto a Francisco García Marquina, Antonio Pérez Henares y Pedro Aguilar
  • El último explorador: la vida de Wilfred Thesiger (2004)
  • El club de los faltos de cariño (2007)

Reseñas

  • AGUILAR SERRANO, Pedro y CONDE SUÁREZ, Raúl: Manu Leguineche, corresponsal de paz en La Alcarria (Diputación de Guadalajara, 2021). 
  • GALINDO ARRANZ, Fermín: «Manuel Leguineche, últimas noticias de nuestro enviado especial». Revista Internacional de Comunicación, 2014.
  • LÓPEZ, Víctor: Manu Leguineche. El Jefe de la Tribu (Ediciones del Viento, 2019).

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