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Galería

José de Creeft Champame
Gualajara.
1884 -
Nueva York.
1982.
Escultor.

Este escultor “norteamericano”, catalán universal pese al origen foráneo de sus apellidos, nacido sin saber por qué, según reconociera él mismo, en la capital alcarreña, fue uno de los artistas más innovadores y originales que ha dado la escultura en el siglo XX. Como pequeña muestra de esta afirmación baste decir que en 1902, llevado por una incorregible atracción hacia el género femenino, se enamoró de una rubia hiperbórea, mitad inglesa, mitad esqui-mal, que había llegado a Madrid con una tribu de esquimales que se instaló en El Retiro con sus chozas, sus canoas, sus trineos y sus perros. De Creeft con su buen humor y gracia personal encandiló a la rubia y a sus compañeros, gracias a lo cual aprendió el arte de trabajar el hueso y el marfil con útiles rudimenta-rios.

Tiempo atrás había entrado a trabajar, por recomendación nada menos que del conde de Romanones, cacique de Guadalajara, en el taller del escultor Agustín Querol, pero debido al rechazo que le producía el comercialismo aca-démico, lo abandonó pronto para instalarse en un taller propio situado en la calle de El Españoleto. Trabajó además como delineante en Obras Públicas y practicó el dibujo con el pintor Rafael Hidalgo de Caviedes, del que siempre guardó un buen recuerdo. De su etapa madrileña queda el recuerdo de su pri-mera exposición individual celebrada en el Círculo de Bellas Artes.

A Madrid había llegado con 16 años siguiendo a su madre y a la familia de sus hermanas, puesto que el padre, Mariano De Creeft Masdeu, antiguo mili-tar liberal revolucionario fue degradado y encarcelado en el castillo de Mon-juïc después de la revolución de septiembre de 1868 que destronó a Isabel II. Precisamente en la cárcel, donde también estaba recluído su padre, conoció la madre de José de Creeft al que sería su marido y padre tardío de sus tres hijos. Cansado y enfermo de asma, viviendo en un cuarto piso de la calle del Car-men, apenas podía subir las escaleras, muriendo poco tiempo después, dejando a la familia en la miseria más absoluta.

De su primera infancia pasada en casa de los parientes que la madre tenía en Guadalajara hay pocos recuerdos. Llegó a Barcelona a los cuatro años, cuan-do abría sus puertas en esta ciudad la Exposición Universal de España.

Al joven De Creeft le gustaba la pintura, pero el papel y los pinceles costa-ban dinero, por lo que el recurso del fango que encontraba en la calle le resul-taba más barato y hasta divertido. Empezó con figuritas para los belenes, des-cubriendo después el trabajo de producción en cadena, pintando a destajo soldados de plomo en el obrador de un figurero avaro que no podía explicarse cómo podía pintar tantos soldados en tan poco tiempo, quejándose del dinero que esto le suponía.

Por mediación de su cuñado entró a trabajar en casa de Barnadas, el mejor imaginero de Barcelona. Allí aprendió a manejar la escoba y a trajinar sacos de yeso. Los santos los labraba Barnadas con pino dulce de América. Una vez esculturados se cortaban por el medio como un panecillo y se vaciaban sacando la madera a golpes de gubia. El joven De Creeft, que no era nada tonto, apren-dió pronto el oficio, aunque no estuvo más que unos meses en el obrador.

Tras un breve paréntesis viviendo en casa de su hermana y su cuñado en el pueblo costero de Llansá, regresó nuevamente a Barcelona entrando a trabajar como aprendiz en la fundición artística Masriera i Campins, que dirigía el reputado escultor Manolo Hugué, el célebre Manolo que inmortalizara Josep Pla. Manolo era el retocador de ceras y de él aprendió De Creeft los secretos del oficio, así como del escultor Pagés y Saratossa, director de modelaje que le quiso como un hijo.

En 1905, siguiendo los pasos de Margarita el gran amor de su vida, se mar-cha a París, instalándose en el “Bateau Lavoir”, en pleno Montmartre, donde convive con Picasso, Juan Gris, Apollinaire y Mateo Hernández, y luego con César Vallejo y el escultor y pintor ecuatoriano Max Jiménez. Aconsejado por Rodin frecuenta la Academie Julien, gracias a lo cual gana el primer premio de Escultura del año 1906.

Entre 1911 y 1926 lleva una agitada vida que da comienzo en la acredita-da Maison Greber donde trabaja como escultor picapedrero, para aprender el punteado y practicar la talla directa a fin de reproducir sus propias obras, pre-viamente modeladas en barro y yeso.

Cambia frecuentemente de domicilio, vive en varios hoteles e instala su estudio en diferentes sitios, terminando su primera talla en 1915. Expone durante bastantes años en incontables salas de exposiciones francesas y belgas, sigue realizando numerosas obras, ilustra libros y participa en la Exposición de Bellas Artes de Barcelona, con su obra “Maternidad”, construída con materia-les de derribo y chatarra.

Todo esto sucede antes del decenio que termina en 1936. De Creeft vive a caballo entre París, Nueva York y Mallorca, donde expone y tiene casa o estu-dio. Impasse de la Sante, en París; 22, Mineta Lane, en Nueva York, y una casa campesina en la huerta de Pollensa.

A la isla de Mallorca había ido para ejecutar un atractivo proyecto en un castillo propiedad del acaudalado pintor argentino Roberto Ramonje, amigo de Adán C. Diehl, poeta y abogado de su misma nacionalidad, primer esposo de Delia del Carril y fundador del hotel Formentor en la bahía de Pollensa. De Creeft había conocido a Ramonje en París cuando éste le encargó una fuente para un lujoso hotel del siglo XIX propiedad suya.

Huyendo del terror desatado con el estallido de la guerra civil, en agosto de 1936 se refugia con su familia en Estados Unidos, estableciéndose en este país de forma definitiva. En 1940 adquiere la ciudadanía norteamericana, obteniendo diversos honores y recompensas como escultor y maestro de escultores. Durante la década de los cuarenta celebra doce exposiciones en una misma galería, da clases como invitado en prestigiosas instituciones de arte en el Estado de Maine, en los veranos, y en Florida, durante los inviernos. En el verano de 1944 coincide con Walter Gropius el fundador de la Bauhaus, y otras destacadas personalidades, en el Black Mountain College de Carolina del Norte.

Establece su residencia y taller de verano en la región rural de Hoosick Falls, al norte del Estado de Nueva York. En 1959, termina el grupo monumental en bronce “Alicia en el país de las maravillas”, importante obra que estuvo financiada por una hispanista sefardita en memoria de una hija prematuramente muerta. Se instaló en el Central Park de Nueva York. Hay también obras suyas en esta ciudad en la fachada del Jewish Community Center, en la escuela de enfermeras del Bronx Municipal Hospital, en el interior del pabe-llón de la ciudad del New York World’s Fair y en el Bellevue Hospital. Fue uno de los tres escultores norteamericanos elegidos para la colección “American Sculptors in Europe”, por el Museo de Arte Moderno del Vaticano. En 1960 el Whitney Museum de Nueva York le dedicó una completa retrospectiva. En Hoosick Falls, lugar donde ya dijimos que estableció su residencia, se levantó una plaza con su nombre en el Wood Memorial Park, colocándose su escultura “The Guardian”.

Mientras, en España, a causa de la guerra civil, desaparecieron muchas de sus pertenencias, pinturas y esculturas. La residencia de Roberto Ramonje fue saqueada, muchas de las obras del artista fueron mutiladas, desaparecieron o terminaron en manos extrañas.

En 1977 fue nombrado hijo predilecto de Guadalajara, poniendo una calle con su nombre (?) y colocando una placa conmemorativa en la casa donde nació.

Con motivo de su 95º aniversario, la Fundación Joan Miró acogió la exposición “L’aventura humana de José de Creeftt”, como recuperación de un valor universal casi desconocido en Cataluña. Todavía en Estados Unidos fueron más lejos: en 1993 la Childs Gallery de Nueva York organizó una exposición de sus esculturas y dibujos.

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