Benjamín Palencia, pintor que supo fundir como pocos el arte plástico y la poesía, nació en el municipio albacetense de Barrax en 1894. Ya en sus años de infancia manifiesta su afición hacia el dibujo. En 1909. ayudado por un familiar, se traslada a Madrid, donde comienza a visitar asiduamente el Museo del Prado, de cuyas salas percibirá una gran influencia de toda la pintura clásica.

En esa época temprana de su vida conoce a Juan Ramón Jiménez, con quien publicará, conjuntamente, dos libros («Fuego y Sentimiento» y «Niños»).

Al comienzo de la década de los 20 marcha a París; allí conocerá a los principales pintores de la vanguardia de ese momento: Braque, Picasso, Juan Gris y otros.

Más tarde traba relación con escritores y pintores de la que más tarde se daría en llamar «generación del 27»: Alberti, García Lorca, Miró, Dalí, Alberto Sánchez, etcétera. 

Con este último fundará la «Escuela de Vallecas», en la que intervendrán también Maruja Mallo y Rafael Alberti. Con Lorca y Alberti colaborará en la experiencia teatral de «la Barraca», diseñando decorados, escenarios y vestuario.

Los años veinte y treinta, hasta el estallido de la guerra, son los más creativos y vanguardistas de su carrera. Su personalidad plástica y poética va asimilando las distintas corrientes que se suceden en esa época: desde el cubismo o la abstracción, hasta el constructivismo o el surrealismo.

En 1930 viaja a Italia, donde estudia con cariño y detenimiento la pintura del Renacimiento, de la que extrae consecuencias fundamentales para su evolución posterior. En 1934 publicará un artículo muy significativo titulado «Giotto, raíz viva de la pintura».

Su credo artístico en esa época hablaba de: libertad frente a cualquier academicismo; el arte como poesía; la primacía de la naturaleza frente a la civilización; el color y la materia como realidad en sí mismo; la alegría vital; la necesaria recuperación del arte popular y la reivindicación permanente de la vanguardia.

Sus cuadros de esta etapa, que algunos críticos han definido dentro de una categoría de «fauvismo ibérico», están llenos, rebosantes, de color: de colores extremados que quieren reflejar vitalidad, alegría, la fuerza del paisaje español -tanto en sus campos, como en sus pueblos, ciudades o sus gentes la fuerza incontenible de la naturaleza.

Tras el final de la Guerra Civil española, Benjamín Palencia opta por permanecer en España, a diferencia de lo que habían hecho cantidad de artistas e intelectuales amigos suyos. Esta decisión le lleva, de algún modo, a asumir los gustos y tendencias estéticas dominantes del nuevo Régimen y alejarse de sus planteamientos más vanguardistas de la etapa anterior.

En 1942 reinicia las actividades de la «Escuela de Vallecas», en una segunda fase, con la colaboración de otros artistas, como Álvaro Delgado, Gregorio del Olmo, etc.

En sus pinturas sigue predominando la naturaleza, tanto urbana como rural, a través de la plasmación de paisajes «sobrios, esenciales y puros». 

En 1943 comienza a recoger el reconocimiento oficial, al recibir una medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes. A partir de ahí participa asiduamente en multitud de exposiciones, individuales y colectivas, por todo el país.

En 1973 es nombrado miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y en 1979 obtiene la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.

Muere en Madrid el 16 de enero de 1980.